Sunday, January 11, 2015

Blanco y negro.

Elegí estos colores muy bien definidos para referirme a dos escenarios comunes inherente a la vida individual y colectivo de los pueblos indígenas amazónicos y su prolongado relacionamiento con la cultura societaria del país que involucra matices del comportamiento del Estado y de las organizaciones indígenas situados dentro de una estructura nacional y global que recuerda la función de una colosal esponja en desmedro de la generosa vitalidad del bosque, asociado a la pervivencia de una milenaria cultura generadora de paz y bienestar. Blanco y negro –en esta reflexión– habrá de ser análoga de acierto y desacierto. Acierto desdibujado, vacío y bruscamente mullido, y desacierto lisonjeado con hipocresía y desvergüenza para hacer de esta aleccionadora dicción un somnífero social.

En negro quedó la bella y heroica historia de los pueblos indígenas amazónicos. Manchado por la codicia genocida de los caucheros, horda comprendida en aquel entonces (1890 – 1912) por gobiernos nacionales e internacionales de américa y occidente, empresarios, medios de comunicación, académicos e intelectuales. Si no hubiera habido el hervor de la treta y del robo –que permitió la producción del caucho en los bosques de Asia– los indígenas Murui, Bora, Ocaina, Resígaro y otros nativos del Putumayo hubieran sido mencionados quizá en la frágil y fría historia de los muertos. La secuencia de la vorágine se manifiesta muy certera en la línea de tiempo no convencional que si lo pasamos revista no brinda espacio a la admisión del respeto de los derechos fundamentales y colectivos y al trato justo. En los últimos 40 años se confirma la vigencia del status quo que propicia la esclavitud, la tortura sistemática y el deterioro de la verdad en nombre del desarrollo que nunca llegó sino que socavó los valores de los pueblos indígenas y contaminó hasta el tuétano –con metales pesados– de todo ser vivo de la cuenca del río Corrientes, Tigre, Marañón, Chambira, Napo, Curaray, Arabela. La destrucción de los cimientos naturales de bienestar por una cadencia de saqueo inhumano puso de rodilla a los pueblos indígenas ante el dúo responsable de la barbarie imperante: El Estado y el capitalismo cruel. Después del abatimiento de la fortaleza que por excelencia divina constituye el bosque para sus habitantes era inevitable el advenimiento de la mendicidad y la pobreza que con mucha destreza el Estado y el capitalismo (empresas extractivas) lo han convertido en un instrumento de dominación, negociación y despojo. Ahí queda el mundo de los antecedentes que clarifica el verdadero espíritu del sistema.

En negro está graficado la doble moral del Estado en consonancia con el capitalismo de la esclavitud que parió el “baguazo” y la robustecida estela que lleva consigo el signo de la muerte y de la intolerancia encubierta hasta en la más cotidiana alocución palaciega. De esta entraña nació en serie un grupo de normas –“paquetazos”– mediante el cual se buscaría agujerear el cuerpo que abraza el respeto de los derechos de los pueblos y comunidades empobrecidas de la amazonía, principalmente, el derecho a la vida que se sostiene de la salud y prodigalidad de los bosques y de la seguridad territorial. Ejemplo: por un lado, el Estado, aceptó remediar los daños ambientales perpetrados por la actividad petrolera en la cuenca del río Corrientes, Tigre, Marañón y Pastaza; y por otro lado, dilata el tiempo con el aparente interés de identificar y cuantificar mejor los daños ya muy bien debatido y presentado en la Comisión Multisectorial y en la Mesa de Desarrollo que hasta la fecha incrementa deprisa el escepticismo de los líderes de las “cuatro cuencas”. Otro ejemplo: los pobladores del río chambira –territorio ancestral del pueblo indígena Urarina– están muy asustados por los resultados del monitoreo ambiental realizados por ANA, OEFA, DIGESA y OSINERGMIN –entregados el pasado 17 de diciembre– que no tiene relación con la verdad, pues esta zona está evidentemente contaminada por sucesivos derrames de petróleo.

En este contexto la esencia del diálogo Entre el Estado y los Pueblos indígenas ha sido inoculada por el veneno de la manipulación y del atolladero. El Estado derrocha voluntad en la hechura de leyes innecesarias para la orientación del desarrollo con enfoque multicultural, en un terreno de marcada diversidad biológica, que contraviene la urgente necesidad de “destrabar” la inversión responsable y la disminución de conflictos sociales a partir de la transición de los problemas y derechos hacia el seno de la política pública.

En blanco están diseñado las principales demandas de los pueblos indígenas, que podría ser comparado con un sistema solar dañado alrededor de un núcleo vivo. Más de 12 millones de hectáreas de bosque gestionado por los pueblos indígenas de la amazonia peruana desde tiempos inmemorables conservan la totalidad de sus bondades o servicios ambientales. Diversos estudios y tomas satelitales dan cuenta de una acción sin precedente directamente relacionado con la defensa de la vida y la cultura, la planificación del usufructo y la conservación de los cimientos de desarrollo que toda nación denomina medios de acumulación de riqueza. Mientras que los bosques en manos del Estado está siendo destinado a una hecatombe innecesaria.


Con el albor de las lecciones aprendidas y el compromiso de no volver a tropezar en la misma piedra los pueblos indígenas organizados y en unidad han iniciado la gestión de una perspectiva que ha de privilegiar la educación en valores ancestrales como base de la formación académica y científica. Una buena cosecha depende de los cuidados y prácticas respetuoso del prójimo, de Dios y del bosque.