Los pescadores de clavero salieron, después del medio día, hacia los cuerpos de agua con aptitud pesquera: cochas, quebradas y algunos estuarios donde convergen cardúmenes de dispersas especies. Llevan provistos aparejos, señuelos, arpones y versátiles flechas. Cada herramienta es un legado de conceptos, formas y prácticas que logran una perfecta adaptación cotidiana para satisfacer la exquisita gastronomía; aún en situaciones difíciles de pescar. El arpón está destinado para capturar especies de gran tamaño y se conforma por cuatro elementos: un astil de palo de sangre o similar que sostiene a una daga con dos espigas y un flotador de liana sujetos a una cuerda de nylon no menor de quince metros y con resistencia necesaria para cada ocasión de pesca. La variedad capturado por un arpón es ubicada mediante el flotador que remolca mientras huye desesperadamente entre los arbustos subacuáticos; puede que sea un paiche (Arapaima Gigas), caimán negro (Melanosuchus Níger) o un manatí (Trichechus Inunguis). El caimán negro registrado por los pescadores varía entre los diez metros de largo y mil kilos. Esta prehistórica especie representa el mayor reto de los pescadores de clavero por su peligrosidad, fuerza y misteriosa vinculación con los poderes sobrenaturales. Su valor comercial es muy exiguo; su captura atañe a la eliminación de una gran amenaza y liberación de una nueva zona pesquera. La cabeza ósea y la gruesa piel son expuestas en la estantería del pescador que otorga los honores de valentía y admiración. Cada visitante diluye su imaginación y aprueba cada fragmento de fascinantes historias de proeza, observancia y misterio; relatado con agraciada naturalidad reconstructiva para encubrir amables dosis de quimera. Luego, el pescador, se da un paseo por la cocina y trae ahumado de pescado gamitana y sábalo para brindar a los huéspedes. El pescador de clavero es así: hospitalario para contar sus hazañas y compartir sus provisiones, alegre observador del mundo que habita y testigo fiel de cómo se deteriora la vida de las especies que ayer fueron abundantes.
El turista muy entusiasmado por las pequeñas historias del mundo rural insistió en un pequeño relato sobre el caimán negro, su amenaza y sus misterios. El pescador, asintió con su lozana mirada y prosiguió – El caimán negro es un especialista para cazar al acecho. Sus ojos sobresalen por encima de su cabeza para espiar a su presa y atacar con verdadera rapidez y ferocidad. Así, un pescador fue apresado en el litoral del rio putumayo con mucha fuerza y vehemencia que destrozó su pequeña embarcación, sumergió al hombre dentellado del brazo izquierdo durante varios minutos. Sus afilados dientes destrozaron el húmero y desgarró sus gruesos tejidos. El irracional reptil había obviado la inteligencia del pescador en los momentos que fue sometido a un doloroso trance de ahogamiento en la escasa profundidad de la orilla del río. El caimán inmóvil esperó su tiempo de asfixia fulminante pero el pescador lograba respirar una y otra vez, con argucia y sigilo. Dado la muerte en el instinto del asesino lo llevó a tierra firme para comérselo. Entonces, el pescador yacía exánime denotando una verdadera escena mortal. Cuando su memoria traía consigo el punto débil del gigantesco cocodrilo vio sus grandes ojos amarillentos que lucía con el rayo del sol; entonces, incrustó sus fuertes dedos para extirpar el ojo objetivo; no fue mas rápido que la luz pero el caimán liberó al pescador – continúa – La muerte no quiso llevarse a un pescador quizás hubiera muchos en el cielo o el infierno – ironizó.
Los pescadores de clavero mencionan que las especies pesqueras se han vuelto solitarias y relativamente sedentarias las omnívoras y detrívoras, principalmente; quizás para escapar de la aniquiladora persecución humana o procurar la continuidad de su género. Aquellos que se iniciaron en el seno de una numerosa familia ictiológica fueron desintegrados abruptamente a partir de los efectos de una prolongada pesca indiscriminada y el crecimiento de la población humana. La matriz productiva de especies hídricas muy valiosas para la subsistencia del poblador rural ha sido inhibida y deteriorada. Su delicado corolario biológico y su alta vulnerabilidad son evidencias de la extinción de un eslabón que abarca el desequilibrio de todo un conjunto de hábitat, ciclos estacionales, formas de reproducción, dieta y conducta humana. Dicen los pescadores de clavero que los peces sufren mucho más hambre que antaño; ahora hay menos vegetación y frutos, larvas y escasas mojarras (Moenkhausia dichroura) para los predadores. La poca duración de la creciente de los ríos y lagos disminuye la oferta de la dieta de las especies que habrían de desplazarse siguiendo la cobertura del agua en busca de alimentos.
Los aparejos de pesca son extendidas hasta en lugares tupidas de malezas previa apertura de una trocha fluvial, durante la noche, para confundirse entre ellas y lograr la captura hasta de los peces mas esquivos. Más de cien pescadores con varios aparejos cada uno presionan las pocas cochas de clavero y ciénagas son intervenidos con señuelos. Es pescador de clavero, también, sufre mas hambre que los tiempos pasados y organiza mayores esfuerzos para lograr una buena pesca. Muchas veces retornó a casa con tan solo tres fasacos (Hoplias malabaricus) para alimentar a numerosos miembros del hogar. Ese día hubo aflicciones humanas pero una oportunidad de supervivencia de una especie en declive.
Cuentan los pescadores de clavero que hay despensas de peces en cochas recónditas donde la intervención humana es muy escasa. Hace cien años que dejaron huellas, los buscadores de caucho y palo de rosa, una forma de esculpidos sobre el duramen de un huacapú (Lindackeria paludosa) que simboliza el retorno del hombre para deliberar aquella prodigalidad.
El pescador de clavero vive, ahora, tiempos de nostalgia y fértiles recuerdos. La coexistencia entre el pez y el pescador no es confrontacional sino misericordiosa en función a una eterna solicitud de compasión de uno por el otro.