Elegí estos colores muy bien definidos
para referirme a dos escenarios comunes inherente a la vida individual y
colectivo de los pueblos indígenas amazónicos y su prolongado relacionamiento
con la cultura societaria del país que involucra matices del comportamiento del
Estado y de las organizaciones indígenas situados dentro de una estructura
nacional y global que recuerda la función de una colosal esponja en desmedro de
la generosa vitalidad del bosque, asociado a la pervivencia de una milenaria
cultura generadora de paz y bienestar. Blanco y negro –en esta reflexión– habrá
de ser análoga de acierto y desacierto. Acierto desdibujado, vacío y
bruscamente mullido, y desacierto lisonjeado con hipocresía y desvergüenza para
hacer de esta aleccionadora dicción un somnífero social.
En negro quedó la bella y heroica
historia de los pueblos indígenas amazónicos. Manchado por la codicia genocida
de los caucheros, horda comprendida en aquel entonces (1890 – 1912) por
gobiernos nacionales e internacionales de américa y occidente, empresarios,
medios de comunicación, académicos e intelectuales. Si no hubiera habido el
hervor de la treta y del robo –que permitió la producción del caucho en los
bosques de Asia– los indígenas Murui, Bora, Ocaina, Resígaro y otros nativos
del Putumayo hubieran sido mencionados quizá en la frágil y fría historia de
los muertos. La secuencia de la vorágine se manifiesta muy certera en la línea
de tiempo no convencional que si lo pasamos revista no brinda espacio a la
admisión del respeto de los derechos fundamentales y colectivos y al trato
justo. En los últimos 40 años se confirma la vigencia del status quo que
propicia la esclavitud, la tortura sistemática y el deterioro de la verdad en
nombre del desarrollo que nunca llegó sino que socavó los valores de los
pueblos indígenas y contaminó hasta el tuétano –con metales pesados– de todo
ser vivo de la cuenca del río Corrientes, Tigre, Marañón, Chambira, Napo,
Curaray, Arabela. La destrucción de los cimientos naturales de bienestar por
una cadencia de saqueo inhumano puso de rodilla a los pueblos indígenas ante el
dúo responsable de la barbarie imperante: El Estado y el capitalismo cruel. Después
del abatimiento de la fortaleza que por excelencia divina constituye el bosque
para sus habitantes era inevitable el advenimiento de la mendicidad y la pobreza
que con mucha destreza el Estado y el capitalismo (empresas extractivas) lo han
convertido en un instrumento de dominación, negociación y despojo. Ahí queda el
mundo de los antecedentes que clarifica el verdadero espíritu del sistema.
En negro está graficado la doble
moral del Estado en consonancia con el capitalismo de la esclavitud que parió
el “baguazo” y la robustecida estela que lleva consigo el signo de la muerte y
de la intolerancia encubierta hasta en la más cotidiana alocución palaciega. De
esta entraña nació en serie un grupo de normas –“paquetazos”– mediante el cual
se buscaría agujerear el cuerpo que abraza el respeto de los derechos de los pueblos
y comunidades empobrecidas de la amazonía, principalmente, el derecho a la vida
que se sostiene de la salud y prodigalidad de los bosques y de la seguridad
territorial. Ejemplo: por un lado, el Estado, aceptó remediar los daños
ambientales perpetrados por la actividad petrolera en la cuenca del río
Corrientes, Tigre, Marañón y Pastaza; y por otro lado, dilata el tiempo con el
aparente interés de identificar y cuantificar mejor los daños ya muy bien debatido
y presentado en la Comisión Multisectorial y en la Mesa de Desarrollo que hasta
la fecha incrementa deprisa el escepticismo de los líderes de las “cuatro
cuencas”. Otro ejemplo: los pobladores del río chambira –territorio ancestral
del pueblo indígena Urarina– están muy asustados por los resultados del
monitoreo ambiental realizados por ANA, OEFA, DIGESA y OSINERGMIN –entregados
el pasado 17 de diciembre– que no tiene relación con la verdad, pues esta zona
está evidentemente contaminada por sucesivos derrames de petróleo.
En este contexto la esencia del
diálogo Entre el Estado y los Pueblos indígenas ha sido inoculada por el veneno
de la manipulación y del atolladero. El Estado derrocha voluntad en la hechura de
leyes innecesarias para la orientación del desarrollo con enfoque multicultural,
en un terreno de marcada diversidad biológica, que contraviene la urgente necesidad
de “destrabar” la inversión responsable y la disminución de conflictos sociales
a partir de la transición de los problemas y derechos hacia el seno de la
política pública.
En blanco están diseñado las
principales demandas de los pueblos indígenas, que podría ser comparado con un
sistema solar dañado alrededor de un núcleo vivo. Más de 12 millones de
hectáreas de bosque gestionado por los pueblos indígenas de la amazonia peruana
desde tiempos inmemorables conservan la totalidad de sus bondades o servicios
ambientales. Diversos estudios y tomas satelitales dan cuenta de una acción sin
precedente directamente relacionado con la defensa de la vida y la cultura, la
planificación del usufructo y la conservación de los cimientos de desarrollo
que toda nación denomina medios de acumulación de riqueza. Mientras que los
bosques en manos del Estado está siendo destinado a una hecatombe innecesaria.
Con el albor de las lecciones
aprendidas y el compromiso de no volver a tropezar en la misma piedra los
pueblos indígenas organizados y en unidad han iniciado la gestión de una
perspectiva que ha de privilegiar la educación en valores ancestrales como base
de la formación académica y científica. Una buena cosecha depende de los
cuidados y prácticas respetuoso del prójimo, de Dios y del bosque.