El Estado peruano durante su
larga convivencia social a espaldas de los pueblos indígenas amazónicos ha ido
profundizando el retroceso en el camino de la investigación científica sobre
las culturas ancestrales y la búsqueda de respuesta de cómo armonizar la
sabiduría milenaria y los derechos colectivos con el inevitable avance de la
economía de mercado basado en la extracción de los recursos naturales. Las
consecuencias que ha infligido a la vida de los pueblos indígenas esta
ignominiosa postergación han sido devastadoras: territorios de uso tradicional
contaminados y despojados, exclusión de los servicios públicos, políticas
públicas discorde con las prioridades locales y valores propios, discriminación
y agravios que han ubicado a los pueblos indígenas en situación de extrema
pobreza y alta vulnerabilidad.
En las últimas dos décadas ha
llegado el Estado peruano a escamotear –sin remilgo ni perdón en el decurso de
los años– derechos y expectativas de bienestar como resultado de haber soslayado
la gestión de políticas públicas conducentes a mejorar la calidad de vida
integral de los pueblos indígenas en relación aritmética con la inversión
pública, principalmente de aquellas que han causado miseria en los últimos 40
años. El Estado estaba forzado –por el desinterés deliberado de practicar el valor
del diálogo intercultural y desaprovechar el esplendor de los conocimientos
tradicionales– de crear una implosión social como lo ocurrido en la “curva del
diablo” en el año 2009 o las razias fratricidas orientadas a silenciar después
a líderes indígenas que han cuestionado la estructura de poder y decisión del
Estado.
Sabedores o sabios indígenas, iniciativas
no gubernamentales y laureados investigadores de la cultura indígena amazónica
como Jorge Gasché y Alberto Chirif han ubicado en malocas, bibliotecas y anaqueles
riquísimos conocimientos y ejemplares de libros que explican con argumentos
claros el vasto contenido de la sabiduría ancestral, forma de organización, la
relación con el territorio y la vida en medio de la sociedad moderna,
capitalista y neo-liberal. La diseminación de la interpretación –en colegios,
universidades, centros culturales, medios de comunicación y otros– y
comprensión de los valores de las culturas amazónicas en la sociedad regional
loretana y nacional podría ser un instrumento revolucionario contra la discriminación,
la injusticia y las taras de los gobernantes. Habría aminorado con la luz de
los saberes de los pueblos indígenas las hordas enloquecidas por la avidez de
la riqueza a expensas del empobrecimiento y daños ambientales, habría sucumbido
las prácticas insidiosas con la que algunas ONGs –con aparente honestidad– vienen
convirtiendo territorios ancestrales (fuente diario de alimentación y herencia
duradera) en futuros mosaicos para safaris de las culturas originarias y de
investigación científica.
Las organizaciones indígenas de
nivel local, regional e internacional (federaciones, ORPIO, AIDESEP y COICA) deben
actuar como una sola estructura y prodigar con abundante liderazgo las mejores
propuestas frente a las amenazas y problemas que aqueja el ejercicio pleno de
los derechos colectivos y fundamentales. No haber actuado como un solo frente
–muchas veces– dio lugar a la inoculación de ideas e intereses corrosivos.
Los pueblos indígenas han hecho
una profusa lectura sobre la racionalidad del Estado y las empresas que actúan
en los territorios ancestrales. Las conclusiones pasan por la necesidad de salir
del patio trasero y navegar por los ríos y quebradas tomando agua limpia,
sembrando en tierra fértil, cosechando sueños de bienestar con identidad propia
sin ser empujado por el viento que sopla el poder económico y político sino por
la fuerza de la unidad y la fortaleza de los pueblos que han aprendido a
orientarse respetando el estado de derecho.