Pasos Cotidianos en el Putumayo.
Los frágiles y atractivos componentes del bosque propios de la cuenca del río putumayo coexisten con los pasos cotidianos de autóctonos pobladores del lugar. Así se ha ido edificando vínculos indivisibles de reciprocidad y respeto mutuo. El bosque ofrece su prodigalidad y el hombre recoge. El hombre trepa por el bosque y recibe protección. El bosque se hace exuberante y propicia mil alegrías. El hombre aumenta en población y el bosque se hace hospitalario. El hombre sonríe y el bosque florece. El bosque se lesiona y se abren las venas; savia y lágrimas confluyen en el crisol del sufrimiento humano. Sueña el hombre un árbol frutecido y despierto define infinitas nostalgias de abundancia. Suena el menguaré tocado por el último cacique; y los pueblos próximos se preparan para la cosecha. Aromas y perfumes de flores y lianas enaltece el alma que batirá sobre todo hedor; y, en ficticia soledad, cuenta las gotas de rocío hospedadas en la esperanza de una hoja caída.
El bosque del putumayo se hizo testigo de fatalidades y felicidades; así, en su singular mutismo enseña al mundo vestigios de oprobio contra el hombre y ruinas de ‘palo de rosa’. Vetustos caminos conducen entusiasmados jóvenes cazadores hacia la construcción de memorias; aquellas que hoy constituyen el horizonte de un mundo mejor. Quebradas con aguas cristalinas custodian peces diversos que alegremente desafían sus caudales y saltan la superficie para respirar aire puro y capturar sedientas mariposas.
También, el bosque ha visto sonreír a su pueblo. Del bosque deviene los bienes para la hechura de abrigo, el pan de cada día y la buena salud. Proporciona hilos y fibras resistentes; tierras fértiles y vientos apacibles: miel y perfume. Provee pócimas de ayahuasca y emplastos antiofídicos.
El hombre del putumayo, al despertar, eleva sus plegarias al divino hacedor y procura vivir conforme a las enseñanzas del evangelio. Al final de cada fragmento de su vida actúa, siempre, en relación a la naturaleza del bosque: observa el abismo sin temor y procura en porvenir con disciplina. Aquí, el fervor religioso y la realidad cotidiana configura una mentalidad híbrida: fe y perseverancia.
Niños y niñas entusiastas se desplazan bajo el alba con destino a una escuela rural. Unos se trasladan por caminos hundidos en la floresta y otros en versátiles canoas de cedro; juegan con las flores junto a la sensación del olor y con sutiles ondulaciones de agua dulce rocían sus rostros. Durante la ruta recuerdan nítidamente los concejos de los padres basados en la prudencia y observancia del peligro. Llevan consigo unos cuantos puñados de maní para el refrigerio.
En la ruta de retorno a casa se proponen una pausa para caminar sobre los arenales y observar el vuelo de las gaviotas; describen y comparan huellas de pies cuyos autores y destinos muchas veces son descubiertos; recogen miniaturas líticas doradas y miran al cielo para perpetuar el efecto lúdico del manuscrito sobre la arena “por aquí pasó Adrián”.
Manos laboriosas acabaron de fabricar hermosos canastos, cántaros, antaras, tallados, ballestas y tejidos diversos. Colores y diseños de belleza inimaginable se convierte en plenitud. Cantos y danzas armonizan la habitual dualidad del bien y el mal. Mitos, leyendas y literatura oral constituyen paradigmas de una cultura emergente.
Las radiofonías son vehículos de información más relevante de esta parte del país; mediante el cual se han informado que el actual gobierno del Perú es de ‘centro derecha y gobierna para los ricos’. Saben que los anunciados ‘programas sociales’ son muy necesarios; pero, su ejecución connota escepticismo. Se han dado cuenta que el ‘Plan Putumayo’ tiene solamente sesgo militar. Conocen sus derechos y libertades. Caminan vigilantes y están decididos a defender sus bosques.
Los frágiles y atractivos componentes del bosque propios de la cuenca del río putumayo coexisten con los pasos cotidianos de autóctonos pobladores del lugar. Así se ha ido edificando vínculos indivisibles de reciprocidad y respeto mutuo. El bosque ofrece su prodigalidad y el hombre recoge. El hombre trepa por el bosque y recibe protección. El bosque se hace exuberante y propicia mil alegrías. El hombre aumenta en población y el bosque se hace hospitalario. El hombre sonríe y el bosque florece. El bosque se lesiona y se abren las venas; savia y lágrimas confluyen en el crisol del sufrimiento humano. Sueña el hombre un árbol frutecido y despierto define infinitas nostalgias de abundancia. Suena el menguaré tocado por el último cacique; y los pueblos próximos se preparan para la cosecha. Aromas y perfumes de flores y lianas enaltece el alma que batirá sobre todo hedor; y, en ficticia soledad, cuenta las gotas de rocío hospedadas en la esperanza de una hoja caída.
El bosque del putumayo se hizo testigo de fatalidades y felicidades; así, en su singular mutismo enseña al mundo vestigios de oprobio contra el hombre y ruinas de ‘palo de rosa’. Vetustos caminos conducen entusiasmados jóvenes cazadores hacia la construcción de memorias; aquellas que hoy constituyen el horizonte de un mundo mejor. Quebradas con aguas cristalinas custodian peces diversos que alegremente desafían sus caudales y saltan la superficie para respirar aire puro y capturar sedientas mariposas.
También, el bosque ha visto sonreír a su pueblo. Del bosque deviene los bienes para la hechura de abrigo, el pan de cada día y la buena salud. Proporciona hilos y fibras resistentes; tierras fértiles y vientos apacibles: miel y perfume. Provee pócimas de ayahuasca y emplastos antiofídicos.
El hombre del putumayo, al despertar, eleva sus plegarias al divino hacedor y procura vivir conforme a las enseñanzas del evangelio. Al final de cada fragmento de su vida actúa, siempre, en relación a la naturaleza del bosque: observa el abismo sin temor y procura en porvenir con disciplina. Aquí, el fervor religioso y la realidad cotidiana configura una mentalidad híbrida: fe y perseverancia.
Niños y niñas entusiastas se desplazan bajo el alba con destino a una escuela rural. Unos se trasladan por caminos hundidos en la floresta y otros en versátiles canoas de cedro; juegan con las flores junto a la sensación del olor y con sutiles ondulaciones de agua dulce rocían sus rostros. Durante la ruta recuerdan nítidamente los concejos de los padres basados en la prudencia y observancia del peligro. Llevan consigo unos cuantos puñados de maní para el refrigerio.
En la ruta de retorno a casa se proponen una pausa para caminar sobre los arenales y observar el vuelo de las gaviotas; describen y comparan huellas de pies cuyos autores y destinos muchas veces son descubiertos; recogen miniaturas líticas doradas y miran al cielo para perpetuar el efecto lúdico del manuscrito sobre la arena “por aquí pasó Adrián”.
Manos laboriosas acabaron de fabricar hermosos canastos, cántaros, antaras, tallados, ballestas y tejidos diversos. Colores y diseños de belleza inimaginable se convierte en plenitud. Cantos y danzas armonizan la habitual dualidad del bien y el mal. Mitos, leyendas y literatura oral constituyen paradigmas de una cultura emergente.
Las radiofonías son vehículos de información más relevante de esta parte del país; mediante el cual se han informado que el actual gobierno del Perú es de ‘centro derecha y gobierna para los ricos’. Saben que los anunciados ‘programas sociales’ son muy necesarios; pero, su ejecución connota escepticismo. Se han dado cuenta que el ‘Plan Putumayo’ tiene solamente sesgo militar. Conocen sus derechos y libertades. Caminan vigilantes y están decididos a defender sus bosques.
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