Una mañana soleada del primer
martes de noviembre salí desde Iquitos con destino a Santa Rosa (anexo de la
Comunidad Matsés del Perú) ubicado en el margen izquierdo de la quebrada
Chobayacu, distrito de Yaquerana, frontera con Brasil. Un avión de la FAP para
18 pasajeros me llevó hasta la frontera en 45 minutos, aterrizó en un
aeropuerto de tierra afirmada cubierto de malezas que tocaban en la mitad del
muslo. Una vez arribado en Angamos –capital del distrito con una población
aproximada de 3 mil habitantes– fui recibido por Daniel Vela, Jefe de la
Comunidad Matsés. Mientras se ultimaba la logística necesaria para llegar a
Santa Rosa vi en Angamos la ausencia perniciosa de los servicios básicos que hubieran
de haber para alentar y mejorar la función educativa, asistencia médica,
comunicación y otros deberes y derechos fundamentales.
Tres horas al día brinda el
gobierno local alumbrado público en la comunidad, de siete de la noche a diez
de la noche. Durante todo el año ha sido, entonces, inevitable el desuso de las
computadoras que el gobierno central entregó a la institución educativa
primaria y secundaria de Angamos. Mientras tanto la población que culmina cada
año la etapa escolar transitan hacia la vida común o hacia el estudio de alguna
carrera profesional sin noción esencial sobre informática en agravio de las
mejores alternativas de éxito que brinda ortodoxamente el manejo de los
principales conocimientos que exige la oferta educativa superior en el país y
el mundo. Esta y muchas otras omisiones durante el año escolar sitúan a los
jóvenes de frontera en lamentable desventaja de aprendizaje y rendimiento.
El primer viernes de noviembre
salí de Angamos hacia Santa Rosa. Íbamos surcando siete personas en un bote que
remontaba con éxito cada meandro del río Yaquerana mientras caía el sol en una
tarde lluviosa. En la mitad del camino un mediano pez chambira –pez provisto de afilados y alargados dientes que en
usanza ataca incansablemente a peces pequeños para alimentarse– saltó
atemorizado por el ruido del motor y cayó con rapidez en la cara de un pasajero
y fue a quedar con los ojos cautivos en el fondo del bote ante la mirada amical
de los humanos. Íbamos a la misma velocidad de una libélula negra de cinco
centímetros de largo. Durante treinta segundos la libélula compitió en carrera
con el bote y ninguno pudo tomar ventaja, hendía como una cometa de firme
estructura el viento aluvial y viró a la derecha para irse batiendo sus alas en
señal de libertad.
El bote entró a la quebrada Chobayacu –tributario del Yaquerana en
territorio peruano, estrecho y muy sinuoso– en el umbral de la noche. La
pericia del conductor hizo que el bote superara muchas veces meandros que formaban
vértices hasta de 45 grados. Con linterna en mano llegamos a Santa Rosa. Fuimos
recibidos por muchas luces semejantes a la de un pedazo de cielo tachonado de
estrellas, eran linternas de las almas hospitalarias. Santa Rosa es una
comunidad Matsés bella, limpia, originaria y silenciosa, rodeado de hermosos
paisajes. Hay una escuelita inicial y primaria en un mismo local, con maestros de
la misma etnia y en medio de la selva se levanta saludable como un nido de amor
y un ícono de la suspirada interculturalidad.
Estuve tres días en Santa Rosa participando
de una reunión entre el pueblo Matsés de Perú y Brasil. Cada año buscan, en
confraternidad, arrostrar los desafíos y problemas mediante la construcción y
reconstrucción de una agenda común que involucra también el esfuerzo solidario
de la sociedad civil nacional e internacional. Cada vez se hace más grande la
cofradía ante el aumento aritmético de la grave y escalofriante amenaza inherente
a la actividad petrolera que logró ubicarse en el lote 135 y 137 concedidos por
el Estado Peruano a la Pacific Rubiales. Las endemias como la hepatitis,
tuberculosis y malaria han sido planteadas como la principal demanda que
requiere de atención prioritaria de parte del gobierno de Perú y Brasil, las
muertes por causas de estas enfermedades no dejan de pintar cuadros de dolor e
impotencia. El permiso forestal para el aprovechamiento de madera que la Comunidad
Matsés del Perú viene ejecutando fue discutido con mucho fervor en el seno
orgánico, “internamente” como si se tratase de un aquelarre representado por un
demonio que vino de otras tierras. El permiso forestal que desde ya tiene
muchos problemas –judicializado por OSINFOR en la sede judicial de la cuidad de
Loreto Nauta– exime de responsabilidad al “maderero” –autor de los engaños más
letales y descomunal codicia en esta
odisea– y sanciona al pueblo Matsés por
ser titular del permiso. La ley debería también en algún momento, en este caso,
sancionar los ilícitos de individuos u organizaciones que no actúan pero si
perjudica directamente.
Mi viaje por el camino de “acate”
–sino de la medicina tradicional Matsés– culmina con el recorrido de un tramo nutrido
de acontecimientos que alentó en la clausura del evento pronunciar un pequeño
mensaje de unidad, sentido crítico, comunicación honesta y defensa del heroico
legado de sus antepasados: el bosque más rico de esta región. Esta nota culmina
con el inicio de la lectura de un libro escrito por David Fleck “Historia
Antigua del Pueblo Matsés según Manuel Tumí”.
Hasta pronto.
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