Tuesday, March 17, 2009

En el Putumayo: los pasos de la mujer indígena y rural.

La primera luz del alba y el canto madrugador de variados insectos, pajaritos, perdices y aves rapaces son los despertadores de los habitantes rurales del putumayo. Uso el término ‘rural’, en esta ocasión, para no incluir a las personas que viven en las capitales de distrito; donde la vida diaria tiene una versión distinta. Muchas perdices y otras especies gallináceas atractivas para la variada gastronomía rural son cazadas antes que salga el sol – el canto nítido de las aves permite su fácil ubicación por los cazadores - mientras que algunos jóvenes buscan a los desconocidos autores de los cantos estridentes entre las frondas bajas y follajes altos; según su conocimiento tradicional podrían ser grillos, cigarras, chinches, arañas y otros indefensos así como muy peligrosos animalillos que hasta podrían causar la muerte de personas con sus picaduras o mordeduras. No son muy ingenuos; a medida que los exploradores se aproximan declinan su cantos hasta convertirse en débiles e imperceptibles decibelios.
Junto a estas y otras cotidianas ocurrencias se mueve una mujer vestido con el esplendor de la sencillez; cuya mirada refleja una infinita fuente de frondosas virtudes que sostiene la sonrisa en el hogar y enseña mediante sus actos la magia de la selva; desde una mirada satisfecho de bondades. Habla pausado con su esposo sobre los quehaceres del día; distribuyen sus tareas en relación a sus legados tradicionales; instruyen y advierten a sus hijos sobre los peligros y misterios del bosque. El anciano y la anciana realizan sesiones medicinales en bien de los miembros de la familia y generan protección contra las enfermedades, animales salvajes y los malos espíritus. Así, los niños quedan en casa muchas horas durantes los días y aprovechan para esparcir sus albedríos con la permisión y tutela del lúdico bosque: visitan cercanos frutales; concurren y nadan en las abundantes aguas del río. Mientras empieza la puesta del sol retornan los niños sanos y salvos. Cuentan los ancianos del lugar que las personas sujetas a la práctica espiritual de protección no son atacadas por los animales salvajes y ante sus ojos hambrientos aparecen como pedazos de fuego.

La tranquilidad de la mujer indígena y rural tiene su origen en los prodigiosos bienes que ofrece el bosque. Es así, las mujeres que habitan bosques pobres en recursos naturales no son alegres y coexisten con la sombra del sufrimiento y la desesperación. Sabe que la esperanza de una buena alimentación para su familia no está asegurada.
Aquí en el putumayo, los pueblos secoyas habitan tierras con abundante diversidad biológica; incluido hidrocarburos (lote 117) que se encuentra ubicado dentro de la Zona Reservada Gueppi. Asimismo, las tierras ubicadas en el nacimiento de los ríos yaguas y algodón guardan valores que servirá de sustento de las futuras generaciones.

Mientras pasa el tiempo la mujer indígena y rural observa el camino que enseña el ‘yoco’ (Paullinia Yoco) y el ‘yagé’ (Banesteriosis Caapi) mediante la intervención del varón; plantas medicinales denominadas ‘savia del bosque’ que sostiene el principio y soporte espiritual, cultural de los pueblos indígenas que lo usan. Y usado como tónico por los pueblos indígenas secoyas.
La vida discurre en la selva guiada por una sabiduría que se complementa con el esfuerzo y los valores de la mujer y el varón; no existe desvinculación si no así aprendió de la naturaleza para conducirse en bien del prójimo. Así, las amenazas del mundo contemporáneo sobre sus bosques no exime la opinión de la mujer si no la exige a fin de confluir en un solo objetivo.

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