Hubiera de haber en esta época infestada de ratas, la reencarnación del flautista de Hamelin. Que ofrezca sus servicios de librar la ciudad de ratas portadoras de
la leptospirosis, enfermedad que el fértil, resistente y salvaje roedor
transmite a través de su orina. La recompensa que la justa acción
salvadora merece habría de ser pagado por el pueblo y no por el erario
público –fondo de interés común monopolizado por una raza de fuleros y
timadores que se hacen llamar “político”–; si el flautista recibiera
de esta casta envanecida la promesa de retribución podría desvirtuar la
música persuasiva y su desvarío causaría una pandemia; pues, la
población de la ciudad de Iquitos no tendría ni el auxilio de una oferta
providencial o demoníaca en la figura del flautista, si tuvieran
como intermediarios a los “políticos” vigentes.
Entonces, el pueblo tomaría la iniciativa de su propio liderazgo para
inhibir el flagelo de la inseguridad y abordar el camino del bienestar.
El flautista, que
se advierte en el imaginario como una alternativa, deberá tocar tres
melodías sugerentes conteniendo fines comunes: 1). Una canción como el
de Hamelin para convocar a las ratas de sus cubiles, sifones y laberintos subterráneos y conducirlos hasta Moronacocha para
ahogarlos, sin poner en riesgo la vida de los niños y otros pobladores
de la ciudad que por mezquindad y misantropía de sus autoridades podrían
perecer; 2). Un salmo que conceda la revelación práctica de los santos evangelios y de las enseñanzas de Jesucristo, y que el flautista dirija
al rebaño a examinar la laguna de su propia conciencia hasta el punto
de percepción de la vida y la muerte, como una disyuntiva de elección
entre el imperio del pecado o la omnisciencia de la virtud; ellos, que
en la aureola de la semana santa habrían peregrinado en su reflexión
o adorado el signo de la riqueza en agravio de la vida y moral del
prójimo; 3). La melodía tal como concebía Confucio –la música en un modo
elevado calma las pasiones y asegura la purificación del pensamiento
que conduce a la armonía pública–;entonces, el flautista invitará
a los ciudadanos chinos, involucrados en el andamiaje oscuro del
proyecto de alcantarillado de la ciudad, al son de su flauta y cítara.
Pues, seducidos por la magia de la canción habrían de comparecer ante el
pueblo y desatar el embrollo hasta deslindar cada hilo de la
mendacidad. Confucio que “propugnó el gran valor del poder del ejemplo”,
estará muy fastidiado.
Si el flautista hubiera
de ser un desconocido nació, entonces, del vientre de una mujer
amazónica en las entrañas de nuestra selva, engendrado por la letanía y
la súplica de los bosques contaminados –recientemente ha sido declarada
en estado de emergencia ambiental la cuenca del río Pastaza; mientras
otros lugares aun esperan atención adecuada–. El clamor por la
seguridad, la justicia y el desarrollo de la persona humana de Loreto ha
pasado ya los límites terrenales, las respuestas bondadosas podrían
llegar de lo divino, en cualquier momento; sin embargo, para escuchar
las palabras o mensajes redentores de la eternidad tendríamos que
cultivar una extática situación personal, transitar hacia la
confrontación de los hábitos domesticados del mundo superficial y
trivial, retornar a la humildad y mejorar la comunicación instantánea
con el prójimo, a fin de conocer la fuente
de su alegría y tristeza y ayudar en su oportunidad –cada día muere una
persona por falta de un medicamento, falta de trabajo, falta de ayuda
psicológica–. El alma está sitiada por la horda de la tecnocracia y la
banalidad, así lo demostró una edición más de la semana santa; pues, un
partido de futbol congrega mayor cantidad de persona en el culto del
espectáculo, y la feligresía en estos dos días santos se han dado
deliberadas vacaciones.
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