Los pueblos indígenas han
heredado y practicado milenariamente la virtud de resolver las diferencias internas
y con los pueblos vecinos a través del diálogo. El poder espiritual de las
plantas medicinales como el tabaco, coca, toé y ayahuasca han hecho posible la
transición de escenarios hostiles hacia prolongados periodos de entendimiento y
construcción del bienestar común, a cuestas de líderes probos y con capacidades
extraordinarias de hacer, como por ejemplo, que la abundancia de alimentos y razones
cotidianas de vivir bien constituya el sino de una promisoria civilización
amazónica. No obstante, se han librado innumerables y fatídicas guerras tradicionales
entre pueblos indígenas originados por el desborde de la acción humana sobre la
pertenencia territorial o por causa de una muerte espeluznante y cruel –sin
haber quebrantado muchas veces la víctima el código de convivencia que el valor
de la palabra ha encumbrado desde tiempos remotos– que uno hubiera perpetrado contra
el miembro de otro territorio.
La decisión consensuada del pueblo
Achuar y Quechua de la cuenca del río Corrientes y Pastaza que dio inicio a la
última protesta pacífica que paralizó la producción de petróleo del lote 192
–70 mil barriles perdidos equivalente a 3,2 millones de dólares– durante 15
días, ha dado vida a la legendaria filosofía indígena de paz y guerra. Líderes,
lideresas, niños, jóvenes y ancianos –bajo la sombra hospitalaria de los
árboles del Pastaza y sobre la pista tomada del aeródromo de Andoas– en
momentos pertinentes hacían sensatas evaluaciones de los hechos, contingencias
y desafíos de la jornada de protesta. Hacían remembranza e inculcaban a la
lealtad de la regla de convivencia en momentos donde la vida pendía de una
maniobra del gobierno peruano –más de medio centenar de agentes de la DINOES
fuertemente armados habían llegado a la zona– y de la salvaguarda de la
infraestructura pública y privada. Los pueblos indígenas Achuar y Quechua que se
habían movilizado en el lote 192 para exigir al gobierno una real apertura de
diálogo y consenso para la atención concreta de las justas e históricas
demandas, tenían claro que se estaba desarrollando una guerra contra la
arrogancia, indiferencia lacerante, prejuicios urbanos, codicia criminal y
contra el atasco aposta del Estado orientado a la asfixia de la agenda y de la
capacidad de los pueblos indígenas de resistir la inducida fragmentación
organizativa, la devastación del empobrecimiento, hacer visible los daños tapados,
enfatizar en la remediación y compensaciones sociales y denunciar los graves
impactos ambientales y sociales ocasionado por la actividad petrolera en los
últimos 45 años. La guerra contra la desigualdad y el bienestar asociado con la
paz ha sido defendida en la figura de un horizonte sagrado.
La claridad del realismo de la
paz y bienestar que los pueblos indígenas sostienen en el lote 192 no está
relacionado con el periodo post petrolero. El próximo periodo –libre de petróleo
mal llevado– es concebido como una sucesión de momentos difíciles caracterizado
por el incremento de la pobreza intrínsecamente vinculado con el hambre. La
base de la seguridad alimentaria estropeada por la contaminación es actualmente
el mayor peligro en curso y que no forma parte de ninguna iniciativa destinada
a llevar adelante acciones definidas que permita remontar en un tiempo
planificado la bulimia causado por el boom petrolero. Habrá importantes
infraestructuras sociales –después de 75 años de irresponsable actividad
petrolera– al servicio de gente hambrienta si desde la comunidad y las
organizaciones indígenas no inician desde ahora el desarrollo de un proyecto
alternativo y sostenible.
Durante el diálogo –realizado en
Andoas entre líderes indígenas y funcionarios del Estado que estuvo liderado
por el ministro Von Hesse el pasado 24 de septiembre en el fuerte militar Tnte.
López– se han dado mensajes mutuos de trascendental contenido que pusieron en
alto relieve la imposibilidad de lograr la paz y el bienestar mientras la
brecha de la extrema pobreza avance aritméticamente, mientras perdure en la sangre
del Estado el virus del olvido, el desentendimiento, el engaño respecto de la
inclusión de los derechos colectivos en la política pública. Por ejemplo, el
Apu de FEDIQUEP dijo que si no hubiéramos paralizado la producción de petróleo
en el lote 192 no hubieran acudido al pedido de diálogo. Este mensaje trae a la
memoria las palabras de Saramago: “pues desde la aurora del mundo siempre los
incendios atrajeron a los hombres”.
Como abejas alrededor de una flor
facundia de polen se mueven personas y empresas en el lote 192, de esta
rebatiña los pueblos indígenas Achuar y Quechua del Corrientes y Pastaza deberán
lograr, al final, un granero a prueba de cualquier adversa coyuntura o del
espectro de otra guerra.
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