150 años de fundación de Iquitos, en el decurso se ha ido mezclando la
herencia tradicional con la vida colonial del caucho y los matices
contemporáneos. Esta combinación dio origen a distintas identidades
conformado por castas endémicas y de un mestizaje de dispersa
personalidad que huye deprisa hacia el nihilismo y acoge en su regazo el
texto exiguo e intemperante del
mercantilismo. 150 años de evolución lastra, capturado por rémoras de
parásitos y ciempiés cuyas obras se ha visto y se ven hundiéndose ante
la dulce complicidad de empobrecidos ciudadanos.
La basura tirada en cualquier lugar y en cualquier momento de la vida urbana es indicio de la vigencia de una podredumbre o caos integral y abrupto encubierta por la treta de pillos que hicieron suya el honor semántico de la política. La inseguridad ciudadana es el fruto amargo del desorden y la convivencia con personas desconocidas que entran y salen de la ciudad sin pasar por algún sistema eficiente de control, y en los suburbios de Belén, San Juan y Punchana pululan delincuentes de acuerdo a un plan natural y virgen.
Iquitos es el centro de un sistema donde orbitan pueblos y comunidades. Entonces, es una forma de simbiosis social donde individuos y colectivos lograron tomar cuerpo de acuerdo a una cadena alimenticia que permite sobrevivir al más fuerte (ley de la selva) y establecer así y sin obstáculo la dialéctica del “amo y el esclavo” de Hegel. Teniendo en cuenta que el esclavo trabaja la tierra y la el trabajo de la tierra forja la cultura hubiere de florecer algún día aquellos sueños frustrados.
Los valores que sostienen a la ciudad de Iquitos provienen heroica e incansablemente del evangelio que se dicen y hacen, y se repiten en los hogares y parvularios. La cultura profunda, diversa y libre proviene del esfuerzo autodidacta que se complementa con la profesión y la experiencia. El ejercicio de la profesión encaminado por el tobogán de los objetivos convirtió al iquiteño en un hacedor repetitivo y oculto ante la luz del deseo de liderazgos.
Iquitos es el reflejo de su gente y de la estructura social – política existente en la región y el país. Los cambios ya no están en los discursos ni en las vacuas teorías apiladas sino en la innovación del estatus mental y habitual de sus habitantes en correspondencia con los valores originarios de cada uno. Para ello, debemos abrir los verdaderos cofres de tesoro que legaron sabios ancestrales, personalidades, investigadores, militares, religiosos e intelectuales y diseminar al alcance de los habitantes para su estudio, deliberación y aplicación; mediante un sistema de lectura física y virtual que despierte y haga comprender la belleza de la continuidad práctica del conocimiento. También, es muy potente la búsqueda del saber mediante tertulias desarrolladas en el seno de un grupo o grupos deseosos de comprender el mundo en su esencia –tal como lo vienen haciendo en la Asociación Curuinsi en Iquitos–, también mediante el cine y el teatro.
Ya es tiempo de pedir el divorcio de un matrimonio violento, cómplice e infructuoso con la política mal llevada. Su continuidad podría complicar los problemas que agobian a la ciudad de Iquitos.
La basura tirada en cualquier lugar y en cualquier momento de la vida urbana es indicio de la vigencia de una podredumbre o caos integral y abrupto encubierta por la treta de pillos que hicieron suya el honor semántico de la política. La inseguridad ciudadana es el fruto amargo del desorden y la convivencia con personas desconocidas que entran y salen de la ciudad sin pasar por algún sistema eficiente de control, y en los suburbios de Belén, San Juan y Punchana pululan delincuentes de acuerdo a un plan natural y virgen.
Iquitos es el centro de un sistema donde orbitan pueblos y comunidades. Entonces, es una forma de simbiosis social donde individuos y colectivos lograron tomar cuerpo de acuerdo a una cadena alimenticia que permite sobrevivir al más fuerte (ley de la selva) y establecer así y sin obstáculo la dialéctica del “amo y el esclavo” de Hegel. Teniendo en cuenta que el esclavo trabaja la tierra y la el trabajo de la tierra forja la cultura hubiere de florecer algún día aquellos sueños frustrados.
Los valores que sostienen a la ciudad de Iquitos provienen heroica e incansablemente del evangelio que se dicen y hacen, y se repiten en los hogares y parvularios. La cultura profunda, diversa y libre proviene del esfuerzo autodidacta que se complementa con la profesión y la experiencia. El ejercicio de la profesión encaminado por el tobogán de los objetivos convirtió al iquiteño en un hacedor repetitivo y oculto ante la luz del deseo de liderazgos.
Iquitos es el reflejo de su gente y de la estructura social – política existente en la región y el país. Los cambios ya no están en los discursos ni en las vacuas teorías apiladas sino en la innovación del estatus mental y habitual de sus habitantes en correspondencia con los valores originarios de cada uno. Para ello, debemos abrir los verdaderos cofres de tesoro que legaron sabios ancestrales, personalidades, investigadores, militares, religiosos e intelectuales y diseminar al alcance de los habitantes para su estudio, deliberación y aplicación; mediante un sistema de lectura física y virtual que despierte y haga comprender la belleza de la continuidad práctica del conocimiento. También, es muy potente la búsqueda del saber mediante tertulias desarrolladas en el seno de un grupo o grupos deseosos de comprender el mundo en su esencia –tal como lo vienen haciendo en la Asociación Curuinsi en Iquitos–, también mediante el cine y el teatro.
Ya es tiempo de pedir el divorcio de un matrimonio violento, cómplice e infructuoso con la política mal llevada. Su continuidad podría complicar los problemas que agobian a la ciudad de Iquitos.
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