El Estado y la pobreza de los pueblos. Claro está que los pueblos y comunidades de la amazonía peruana conviven en situaciones carentes de servicios básicos referidos a la salud humana, educación adecuada y seguridad alimentaria; sin embargo, no es una secuencia congénita mas bien es una consecuencia. Los recursos naturales de la amazonía útiles a la dinámica económica del imperio liberal fueron saqueados. De tal manera que el Perú es un insaciable consumidor importador de retornados bienes extraños a la cultura y a la salud. Los recursos genéticos contenidos en la abundante diversidad biológica de la amazonía figuran en la principal agenda económica de los países desarrollados. En el Perú, su tratamiento es escasamente legislativo con profuso espíritu de permisión a misiones científicas extranjeras cuyos resultados escapan de algún modo de control. El Estado no ha cambiado las reglas de juego respecto a las actividades económicas desarrolladas por las empresas transnacionales. En efecto, el deterioro de la calidad de vida de los pueblos y comunidades que dependen directamente del bosque se hace cada día más ancho. El cambio de rumbo del país hacia el desarrollo es una cuestión de esperanza remota; sus indicadores macroeconómicos (PNB Percápita) es una distante aproximación a la realidad social y una exacta forma de soslayar el ímpetu reivindicativo y revolucionario del pueblo peruano. Sin embargo, las relaciones empíricas del hombre vinculado al bosque construyeron referentes de “coraje y libertad” como valores de sobrevivencia de sociedades gravemente castigados por la incompatibilidad política, económica y cultural del país. Considero valioso parafrasear ideas muy coherentes que atañe a nuestra realidad. “Los seres humanos no nacen para sufrir la desdicha del hambre. Sufren ahora, y sufrieron en el pasado por que ignoramos el tema” – Muhammad Yunus (Premio Nóbel de economía). “Es bastante razonable tener en cuenta la felicidad (versión clásica del utilitarismo), pero no tenemos por qué ser esclavos felices o vasallos locos de alegría” – Amartya Sen (Premio Nóbel de economía”. El Estado tiene mucho que hacer sin necesidad de crear conexiones pasivas con la ciudadanía. Debe promover el cambio en estos tiempos donde todo está cambiando menos el Perú. Jorge Pérez R. ORAI – AIDESEP |
Instrumento ancestral de legendaria, histórica, mágica y bella percusión; cuya resonancia mantiene vigente el progreso cultural de los pueblos milenarios de la amazonia.
Sunday, December 31, 2006
Sunday, December 10, 2006
I Exposición regional del pueblo Secoya
Color y alegría de vida
En la noche del último sábado se llevó acabo la I exposición cultural del pueblo SIECOPAI/SECOYA en los salones de la Prefectura de la cuidad de Iquitos capital del departamento de Loreto - Perú.
En la exposición mujeres y hombres expresaron valores milenarios de una cultura viva mediante las presentaciones de fina artesanía, música, danza y vívidos colores naturales que relucen líneas y pequeñas figuras geométricas diseñadas sobre el cuerpo. Las indumentarias y tonalidades sugieren un escenario tradicional donde se moviliza elementos materiales de su cosmovisión cuya trascendencia colectiva constituye su fortaleza espiritual.
El pueblo SIECOPAI/SECOYA vive los colores, la alegría de la libertad, luces de la esperanza en un territorio heredado de sus antepasados antes del establecimiento de la república y responde, cada día, a voces ancestrales para cuidar la tierra proveedora insustituible de vida.
El pueblo SIECOPAI/SECOYA advierte momentos difíciles que vivirá la humanidad debido a la extinción de las fuentes naturales de vida perpetrado por hombres sesgados a la concepción mercantilista y alejados de los valores de respeto, tolerancia y sentido social. Para ello, pidieron al Estado no promover la actividad petrolera (lote 117) en su territorio ubicado en el noreste de la selva peruana.
El evento fue organizado por Ibis - Perú y AIDESEP a través del Programa de Formación de Maestros Bilingües.
Thursday, December 07, 2006
“Los Secoyas Defendemos Nuestra Herencia Territorial y Cultural”
Airo Paipi ëseyë yeja cuine pa`iye ai yojua`i jeoañe
En la comunidad “Wajoya” ubicado en el margen izquierdo de la Quebrada “Santa María”, departamento de Loreto se llevó acabo el IV Congreso de la Organización Indígena Secoya del Perú – OISPE durante los días 3, 4 y 5 de diciembre de 2006 que reunió a líderes, mayores y autoridades comunales para reforzar el proceso de “defensa de la herencia territorial y cultural”.
La OISPE es una organización civil que agrupa ocho comunidades Secoyas con una población de 700 habitantes milenarios de la selva amazónica del noroeste peruano, territorios ricos en diversidad biológica y cultural. El pueblo Secoya concibe la “madre tierra” como el principio y fin cultural inspirada por la divinidad creadora del universo cuyo legado es naturalmente duradero y sujeto de supremos deberes y derechos.
Estas tierras de tantas alegrías, esperanzas y de inimaginables tesoros son leales testigos de la barbarie del proceso, aún vigente, de invasión, colonización y saqueo de los bosques amazónicos; así como del legendario y invariable valentía del pueblo Secoya atenuante de los crueles cohechos que abrió las puestas hacia un futuro con libertad, autonomía y desarrollo propio.
El 23 de marzo de 2006 el Estado peruano suscribió con Petrobras un contrato para 30 años de explotación de petróleo y 40 años de gas natural (lote 117). El centro del corazón del territorio ancestral de pueblos Secoya, Kichwa y Huitoto ha sido expuesto a la actividad humana que mayor catástrofe ha ocasionado a la amazonía peruana: la actividad petrolera.
Además, esta concesión no fue consultada previamente a los pueblos indígenas del lugar; en efecto, vulnera sus derechos territoriales e inherentes y se superpone a los principios de conservación de la diversidad biológica de la Zona Reservada Güeppi creada mediante Decreto Supremo 003-97-AG.
El pueblo Secoya hizo llegar numerosos pronunciamientos al Estado reafirmando su rechazo a la actividad petrolera en el corazón de su “madre tierra”; debido a su poder destructivo y oscuro precedente de pobreza consumada en los habitantes del río corrientes, pastaza y tigre. Mientras el Estado asuma su responsabilidad política y social, devuelva la libertad a su pueblo y promueva su bienestar.
Airo Paipi ëseyë yeja cuine pa`iye ai yojua`i jeoañe
En la comunidad “Wajoya” ubicado en el margen izquierdo de la Quebrada “Santa María”, departamento de Loreto se llevó acabo el IV Congreso de la Organización Indígena Secoya del Perú – OISPE durante los días 3, 4 y 5 de diciembre de 2006 que reunió a líderes, mayores y autoridades comunales para reforzar el proceso de “defensa de la herencia territorial y cultural”.
La OISPE es una organización civil que agrupa ocho comunidades Secoyas con una población de 700 habitantes milenarios de la selva amazónica del noroeste peruano, territorios ricos en diversidad biológica y cultural. El pueblo Secoya concibe la “madre tierra” como el principio y fin cultural inspirada por la divinidad creadora del universo cuyo legado es naturalmente duradero y sujeto de supremos deberes y derechos.
Estas tierras de tantas alegrías, esperanzas y de inimaginables tesoros son leales testigos de la barbarie del proceso, aún vigente, de invasión, colonización y saqueo de los bosques amazónicos; así como del legendario y invariable valentía del pueblo Secoya atenuante de los crueles cohechos que abrió las puestas hacia un futuro con libertad, autonomía y desarrollo propio.
El 23 de marzo de 2006 el Estado peruano suscribió con Petrobras un contrato para 30 años de explotación de petróleo y 40 años de gas natural (lote 117). El centro del corazón del territorio ancestral de pueblos Secoya, Kichwa y Huitoto ha sido expuesto a la actividad humana que mayor catástrofe ha ocasionado a la amazonía peruana: la actividad petrolera.
Además, esta concesión no fue consultada previamente a los pueblos indígenas del lugar; en efecto, vulnera sus derechos territoriales e inherentes y se superpone a los principios de conservación de la diversidad biológica de la Zona Reservada Güeppi creada mediante Decreto Supremo 003-97-AG.
El pueblo Secoya hizo llegar numerosos pronunciamientos al Estado reafirmando su rechazo a la actividad petrolera en el corazón de su “madre tierra”; debido a su poder destructivo y oscuro precedente de pobreza consumada en los habitantes del río corrientes, pastaza y tigre. Mientras el Estado asuma su responsabilidad política y social, devuelva la libertad a su pueblo y promueva su bienestar.
Thursday, November 30, 2006
La impunidad no podrá contra el estigma y la historia:
“Los crímenes del Putumayo”
Hace más de 150 años la búsqueda del el dorado y el paititi en la selva amazónica ha confluido en un feroz acontecimiento que desató el fantasma de la muerte entre la hermosura de los bosques del noroeste peruano: la extracción del caucho. Dulce lecho de manantiales, quebradas y ríos encauzaron remolinos de sangre derramada de la dignidad de niños, mujeres y hombres indígenas habitantes originarios de la cuenca del río Putumayo. Ecos de voces moribundos lograron perpetuar en las entrañas de árboles proveedora del caucho y trascendió impunemente el fragor del flagelo aquellas racionalidades, dogmas y credos de la república aristocrática y moderna.
La inhiesta pluma de hombres probos, en indiscutible equivalencia, denunciaron con la verdad los crímenes cometidos por los patrones caucheros. Así denunció Carlos A. Valcárcel, en el “Proceso del putumayo y sus secretos inauditos”; cónsul ingles Roger Cassement, en el “Putumayo, Caucho y Sangre”; diplomático Colombiano Francisco Urrutia, en “Los Crímenes del Putumayo”; novelista colombiano José Eustasio Rivera en “La Vorágine”; Avencio Villarejo, en “La Aventura de un Agustino en la Selva”; periodista peruano Benjamín Saldaña Roca, denunció ante el Juzgado de primera instancia de Iquitos en el año 1907; abogado loretano Miguel Donayre Pinedo. A continuación los fragmentos convergentes de textos construidos por prohombres que la historia exalta:
“A principio de 1900, en la zona del putumayo, tuvo lugar la muerte de aproximadamente 40 mil indígenas. Las muertes fueron atroces y crueles: quemados vivos bañando sus cabellos en kerosene, torturados hasta engusanarse, estupros, aplicaciones de cepos, muerte de ancianos, niños y mujeres. Estas brutales muertes fueron dirigidos por el cauchero de entonces Julio C. Arana” (Róger Cassement).
“Si de salvajes se trata, habría que buscarlos entre los caucheros, ávidos de riqueza fácil, que a punta de carabina, esclavizaban a los nativos para someterlo a la extracción de gomas, arrancándolos de su hábitat y llevándolos a extrañas regiones, asesinándolos con la bala de Winchester 44 si se oponían o no rendían lo suficiente para satisfacer la cuota de látex” (Avencio Villarejo).
“No fue solamente una decisión económica la que empujó a esta sobreexplotación, la complicidad de autoridades y funcionarios (ministro de Estado, Prefectos, Congreso de la República, Servicio Diplomático), interrelacionado con el racismo cotidiano de la vida social peruana y amazónica con relación a los integrantes de los pueblos indígenas” (Miguel Donayre).
Estos crímenes contra la humanidad consumados, evidenciados y callados por la mayoría de ciudadanos y del Estado peruano del pasado y del presente; tiene la equivalencia del holocausto y sus impactos. Por lo que constituye el delito de genocidio empujado por la innata avidez del capitalismo, la imperante hegemonía del poder sobre los vulnerables y el arbitraje de la iglesia católica mediante el establecimiento del modus vivendi (1906) y la Encíclica Lacrimabili Statu (1912) del Papa Pío X; que permitió la prolongación de los crímenes dentro un territorio en litigio entre Perú y Colombia.
Esta barbarie y crueldad de los civilizados de la república aristocrática y el silencio de la posteridad competente en la administración de justicia y decisorios políticos ha prescrito en su aspecto legal; pero, persiste en su aspecto ético y moral; en efecto, hay una gran deuda histórica con el colectivo flagelado. Hay venas abiertas que desangra cada día el hombre amazónico en su desesperación ante un Estado cuyo gobierno y poder está en manos de unos cuantos herederos de la aristocracia culpable de aquella infame y sombría historia. Ellos, tienen la suprema obligación de hacer pública su posicionamiento a respecto. Sin embargo, el colapso de las fuentes obliga a la nación la búsqueda de la Vedad y Reconciliación más allá del nivel de cumplimiento de sus recomendaciones en el marco de la violencia política de entonces.
Una nación no puede avanzar con la vigencia de estigmas, estereotipos, deudas éticas y morales. El alma y el pensamiento tradicional hilan de la sensibilidad social; así puede seguir el ensanchamiento de los márgenes de pobreza y ausencia de gobernabilidad.
Jorge Pérez R.
Hace más de 150 años la búsqueda del el dorado y el paititi en la selva amazónica ha confluido en un feroz acontecimiento que desató el fantasma de la muerte entre la hermosura de los bosques del noroeste peruano: la extracción del caucho. Dulce lecho de manantiales, quebradas y ríos encauzaron remolinos de sangre derramada de la dignidad de niños, mujeres y hombres indígenas habitantes originarios de la cuenca del río Putumayo. Ecos de voces moribundos lograron perpetuar en las entrañas de árboles proveedora del caucho y trascendió impunemente el fragor del flagelo aquellas racionalidades, dogmas y credos de la república aristocrática y moderna.
La inhiesta pluma de hombres probos, en indiscutible equivalencia, denunciaron con la verdad los crímenes cometidos por los patrones caucheros. Así denunció Carlos A. Valcárcel, en el “Proceso del putumayo y sus secretos inauditos”; cónsul ingles Roger Cassement, en el “Putumayo, Caucho y Sangre”; diplomático Colombiano Francisco Urrutia, en “Los Crímenes del Putumayo”; novelista colombiano José Eustasio Rivera en “La Vorágine”; Avencio Villarejo, en “La Aventura de un Agustino en la Selva”; periodista peruano Benjamín Saldaña Roca, denunció ante el Juzgado de primera instancia de Iquitos en el año 1907; abogado loretano Miguel Donayre Pinedo. A continuación los fragmentos convergentes de textos construidos por prohombres que la historia exalta:
“A principio de 1900, en la zona del putumayo, tuvo lugar la muerte de aproximadamente 40 mil indígenas. Las muertes fueron atroces y crueles: quemados vivos bañando sus cabellos en kerosene, torturados hasta engusanarse, estupros, aplicaciones de cepos, muerte de ancianos, niños y mujeres. Estas brutales muertes fueron dirigidos por el cauchero de entonces Julio C. Arana” (Róger Cassement).
“Si de salvajes se trata, habría que buscarlos entre los caucheros, ávidos de riqueza fácil, que a punta de carabina, esclavizaban a los nativos para someterlo a la extracción de gomas, arrancándolos de su hábitat y llevándolos a extrañas regiones, asesinándolos con la bala de Winchester 44 si se oponían o no rendían lo suficiente para satisfacer la cuota de látex” (Avencio Villarejo).
“No fue solamente una decisión económica la que empujó a esta sobreexplotación, la complicidad de autoridades y funcionarios (ministro de Estado, Prefectos, Congreso de la República, Servicio Diplomático), interrelacionado con el racismo cotidiano de la vida social peruana y amazónica con relación a los integrantes de los pueblos indígenas” (Miguel Donayre).
Estos crímenes contra la humanidad consumados, evidenciados y callados por la mayoría de ciudadanos y del Estado peruano del pasado y del presente; tiene la equivalencia del holocausto y sus impactos. Por lo que constituye el delito de genocidio empujado por la innata avidez del capitalismo, la imperante hegemonía del poder sobre los vulnerables y el arbitraje de la iglesia católica mediante el establecimiento del modus vivendi (1906) y la Encíclica Lacrimabili Statu (1912) del Papa Pío X; que permitió la prolongación de los crímenes dentro un territorio en litigio entre Perú y Colombia.
Esta barbarie y crueldad de los civilizados de la república aristocrática y el silencio de la posteridad competente en la administración de justicia y decisorios políticos ha prescrito en su aspecto legal; pero, persiste en su aspecto ético y moral; en efecto, hay una gran deuda histórica con el colectivo flagelado. Hay venas abiertas que desangra cada día el hombre amazónico en su desesperación ante un Estado cuyo gobierno y poder está en manos de unos cuantos herederos de la aristocracia culpable de aquella infame y sombría historia. Ellos, tienen la suprema obligación de hacer pública su posicionamiento a respecto. Sin embargo, el colapso de las fuentes obliga a la nación la búsqueda de la Vedad y Reconciliación más allá del nivel de cumplimiento de sus recomendaciones en el marco de la violencia política de entonces.
Una nación no puede avanzar con la vigencia de estigmas, estereotipos, deudas éticas y morales. El alma y el pensamiento tradicional hilan de la sensibilidad social; así puede seguir el ensanchamiento de los márgenes de pobreza y ausencia de gobernabilidad.
Jorge Pérez R.
Monday, November 13, 2006
Horizonte del comunicador indígena.
Los comunicadores indígenas son hijos predilectos de los legendarios mensajeros que cada pueblo indígena reconoce con atributos de respeto y valentía. La recíproca movilización de alegrías, melancolías, mitos, música, cantos sagrados, honores póstumos, resonancias de guerra en el espacio interétnico; muchas veces, han propiciado el coágulo de la felicidad cultural y el esplendor de la oralidad como vehículo mediático, ante la mirada prospectiva y el liderazgo del gran Apu. Los mensajeros caminan tomados de la mano con la cosmovisión representativa y representa el verbo culto colectivo. Es así, que hay muchos declamadores de prosas y versos cuyos autores son las fuentes duraderas del alba y el ocaso.
Aquellos peregrinos de la comunicación intercultural avanzan por sendas promisorias, sin saber hasta cuando, diseminando sueños del hombre amazónico y despertando alegrías inherentes a las frondosas miradas del bosque. Mensajeros vernáculas advierte inevitables impactos de los temporales contemporáneos sobre la vida de la gran maloca y exhortan el sostenimiento de los valores colectivos generadores de libertad, autonomía y desarrollo.
El flujo y el reflujo de la sangre en el cuerpo humano debe ser el referente emblemático en la dinámica de la incoada comunicación intercultural de AIDESEP; la misma que tiene como función alimentar tejidos sociales, órganos programáticos y fortalecer la visión del movimiento indígena. El vigor este torrente alternativo dependerá de la calidad de bienes ingeridos en coherencia con los apetitos de la estructura organizativa; es decir, de aquello que ingresa desde la concepción global.
El vaivén natural de milenarias voces autóctonas fundaron ecos imperecederos en la memoria de las sociedades, algunas, otras son palabras vivas que enseñan la solicitud de su esparcimiento; esta última es la función de los comunicadores indígenas cuya diligencia tiene las bondades que el mundo necesita en su situación de vil abatimiento.
El menguaré y otras formas ancestrales de comunicación constituyen instrumentos de indeleble reconocimiento por su honorable contribución y demostrado heroísmo en la historia de los pueblos indígenas amazónicos. Así cuenta la escasa literatura peruana en homenaje a su trascendencia.
Tal como los conocimientos colectivos guiaron el desarrollo del conocimiento científico, el esplendor de la revolución industrial y el establecimiento del nuevo orden económico; sin embargo, están desdibujados y descoloridos en el plano de la expresión urbana. Aquellos paradigmas, marca los pasos hacia el horizonte de una consistente comunicación indígena.
La fuerza de su locomoción se origina en si misma a partir del fervor étnico-cultural y el supremo deber de cuidar la fuente de todo bienestar: el bosque. Empero, ninguno puede caminar en armonía con el mundo sin la solidaridad de pócimas que aviva el cuerpo, la mente y el alma; por ejemplo, el pueblo huitoto usa la coca y el ampiri, el pueblo secoya usa el yoco.
El ejercicio de este importante deber permite avanzar derroteros cauteladas por amenazas y desafíos provenientes del mundo capitalista; en esta trayectoria, es necesario adoptar instrumentos y recursos para, en adecuado contraste cultural, fomentar la sostenibilidad de la comunicación intercultural del movimiento indígena amazónico.
El liderazgo de AIDESEP es valioso hasta que sus organizaciones afiliadas aprendan a caminar hacia su propio destino. Una vez encontrado el punto de equilibrio queda una labor aún pendiente: innovación propia y oportuna. Es como aprender la administración de una chacra tradicional y la necesidad de optimizar el espacio en los tiempos nuevos: fertilizar el suelo, diversificar cultivos y controlar nuevas plagas.
Jorge Pérez R.
ORAI – AIDESEP
http://oraiquitos.blogspot.com
http://irapay.blogspot.com
Los comunicadores indígenas son hijos predilectos de los legendarios mensajeros que cada pueblo indígena reconoce con atributos de respeto y valentía. La recíproca movilización de alegrías, melancolías, mitos, música, cantos sagrados, honores póstumos, resonancias de guerra en el espacio interétnico; muchas veces, han propiciado el coágulo de la felicidad cultural y el esplendor de la oralidad como vehículo mediático, ante la mirada prospectiva y el liderazgo del gran Apu. Los mensajeros caminan tomados de la mano con la cosmovisión representativa y representa el verbo culto colectivo. Es así, que hay muchos declamadores de prosas y versos cuyos autores son las fuentes duraderas del alba y el ocaso.
Aquellos peregrinos de la comunicación intercultural avanzan por sendas promisorias, sin saber hasta cuando, diseminando sueños del hombre amazónico y despertando alegrías inherentes a las frondosas miradas del bosque. Mensajeros vernáculas advierte inevitables impactos de los temporales contemporáneos sobre la vida de la gran maloca y exhortan el sostenimiento de los valores colectivos generadores de libertad, autonomía y desarrollo.
El flujo y el reflujo de la sangre en el cuerpo humano debe ser el referente emblemático en la dinámica de la incoada comunicación intercultural de AIDESEP; la misma que tiene como función alimentar tejidos sociales, órganos programáticos y fortalecer la visión del movimiento indígena. El vigor este torrente alternativo dependerá de la calidad de bienes ingeridos en coherencia con los apetitos de la estructura organizativa; es decir, de aquello que ingresa desde la concepción global.
El vaivén natural de milenarias voces autóctonas fundaron ecos imperecederos en la memoria de las sociedades, algunas, otras son palabras vivas que enseñan la solicitud de su esparcimiento; esta última es la función de los comunicadores indígenas cuya diligencia tiene las bondades que el mundo necesita en su situación de vil abatimiento.
El menguaré y otras formas ancestrales de comunicación constituyen instrumentos de indeleble reconocimiento por su honorable contribución y demostrado heroísmo en la historia de los pueblos indígenas amazónicos. Así cuenta la escasa literatura peruana en homenaje a su trascendencia.
Tal como los conocimientos colectivos guiaron el desarrollo del conocimiento científico, el esplendor de la revolución industrial y el establecimiento del nuevo orden económico; sin embargo, están desdibujados y descoloridos en el plano de la expresión urbana. Aquellos paradigmas, marca los pasos hacia el horizonte de una consistente comunicación indígena.
La fuerza de su locomoción se origina en si misma a partir del fervor étnico-cultural y el supremo deber de cuidar la fuente de todo bienestar: el bosque. Empero, ninguno puede caminar en armonía con el mundo sin la solidaridad de pócimas que aviva el cuerpo, la mente y el alma; por ejemplo, el pueblo huitoto usa la coca y el ampiri, el pueblo secoya usa el yoco.
El ejercicio de este importante deber permite avanzar derroteros cauteladas por amenazas y desafíos provenientes del mundo capitalista; en esta trayectoria, es necesario adoptar instrumentos y recursos para, en adecuado contraste cultural, fomentar la sostenibilidad de la comunicación intercultural del movimiento indígena amazónico.
El liderazgo de AIDESEP es valioso hasta que sus organizaciones afiliadas aprendan a caminar hacia su propio destino. Una vez encontrado el punto de equilibrio queda una labor aún pendiente: innovación propia y oportuna. Es como aprender la administración de una chacra tradicional y la necesidad de optimizar el espacio en los tiempos nuevos: fertilizar el suelo, diversificar cultivos y controlar nuevas plagas.
Jorge Pérez R.
ORAI – AIDESEP
http://oraiquitos.blogspot.com
http://irapay.blogspot.com