El hogar es todo
nuestro territorio, la historia nos cuenta las colinas, las quebradas, los
sitios sagrados.
En el último semestre de este año visité varias comunidades de distintos
pueblos indígenas de la selva del Perú, encontrando en cada gesto de hospitalidad
y efusiva bienvenida una enorme expresión de reconocimiento, alegría, escepticismo,
expectativa y esperanza. El preludio de toda solemnidad es siempre una historia
bien contada por los mayores que involucra inevitablemente contextos de
abundancia, violencia, escasez, visitas ilustres y hazañas que rompieron el
cerco de la ignominia y dieron paso a la enhiesta mirada del porvenir. Esta
línea de tiempo corresponde a un siglo de acontecimientos que labró la vida colectiva
paso a paso, hasta el día de hoy. En la actualidad los pueblos indígenas que
controlaban grandes extensiones de territorio amazónico hoy están confinados a
vivir en comunidades al amparo de leyes que están siendo cada vez más antagónicas.
La sobrevivencia de la cultura y de los conocimientos milenarios permanecerán vivos
y vigorosos únicamente en la vasta naturaleza indómita. Esta reminiscencia de
vida o muerte hizo posible acelerar la carrera hacia la recuperación y
ejercicio del gobierno autónomo del territorio. Los pueblos Awajún y Wampis se
dirigen con claridad hacia este horizonte abriendo trocha entre interminables marañas
legales, sociales y políticas.
Cada día que pasa la maquinaria de tortura del Estado aprieta con más fuerza
del pescuezo de los pueblos indígenas y de sus organizaciones. El aciago objetivo
comulga estrictamente con los planes corporativos y del crimen organizado:
destruir la herencia colectiva y abrir las entrañas de la amazonia hacia la industria
de la materia prima y la formalización o reciclaje de grupos delictivos y consumación
de la impunidad. El extractivismo en el Perú en territorio de los pueblos indígenas
hubiera sido una apreciada oportunidad y de exorbitante aprobación si pudo haber
sido responsable en materia social y ambiental. Una vez dijo un líder indígena que
la actividad petrolera en la selva es como “flor de un día o pan para hoy y
hambre para mañana”. El reciente auge de la minería ilegal en los ríos y
quebradas es una dolorosa continuidad del flagelo que sufrirá por mucho tiempo el eslabón
social más vulnerable: los pueblos indígenas.
Durante mi recorrido bajo el dosel de la casa grande encontré un mundo tal
como describían oriundos y foráneos. Sitios altamente contaminados por la
actividad petrolera donde la exuberante vida de antaño no volverá a florecer nunca.
Riberas devastadas, árboles caídos y toda la cadena alimenticia envenenado por mercurio.
Grupos armados clandestinos custodiando la comarca del patrón, tienes que
identificarte para seguir o regresar de tu destino. Viudas y huérfanos desprovistos
de opciones concretas de bienestar y de acceso a la justicia. Tantos otros daños
que trae a la memoria la ilustración del paso de las hordas salvajes en las
aldeas del medioevo y la ocupación sangrienta de la tierra de los apaches por
el gobierno americano de entonces.
El hogar es todo nuestro territorio, la historia nos cuenta las colinas,
las quebradas, los sitios sagrados. Si ellos mueren también moriremos, si
tienen larga vida estas frondosas entidades el mundo no sufrirá el castigo de
las calamidades naturales. Debemos cuidar de ellas con la proeza espiritual que
confiere la coca, el tabaco, el toé, la ayahuasca. Debemos aprender y practicar
las mejores enseñanzas de todas las culturas sin prescindir de lo nuestro. La
interculturalidad no deberá propiciar el sincretismo ni ser la antípoda de la ciencia
convencional, sino un proceso de aprendizaje común arropado de sabiduría ancestral.
El progreso duradero y deslumbrante de un pueblo o una nación debe forjarse en
la continuidad de su historia y cultura propia. Entonces, en armonía con esta
entelequia no habrá punto de quiebre en el curso de los planes encaminado por los
pueblos indígenas amazónicos, defenderemos siempre la herencia de nuestros
antepasados.