Thursday, May 16, 2013

Abstracción de la persona.



No se ha privilegiado a la persona humana en la época colonial, tampoco en la vida republicana del país. En la colonia gobernó el régimen de la esclavitud y de la muerte, condiciones infrahumanas de trabajo y la negación de las libertades han sellado el perdurable e ignominioso atavismo, que se ubica en el corazón de la sociedad actual que, junto al río y los bosques, vislumbra su lenta decadencia y declinación de ineludibles valores que hubiesen de reproducir culturas que procuran la felicidad como base del progreso. La república, hundido en el seno del inevitable sistema extractivista y sus efectos laterales, aumentó la hendidura de la desigualdad y del individualismo suntuario; por ejemplo, el actual crecimiento “sostenido” de la economía viene engrosando las cuentas del poderoso y codicioso empresariado nacional y supranacional, en desmedro de los derechos de bienestar de los connacionales empobrecidos, cuyas tierras pródigas se han convertido en furtivos arrendamientos, elitista rebatiña y desprovista floresta. En consecuencia, los pueblos y comunidades aislados del foco de oportunidades –Lima, “la ciudad de los reyes”, es un símbolo del anacrónico centralismo vigente y copiosa prosopopeya de leyendas virreinales, un monstruo de diez millones de cabezas que reverbera con el esplendor emergente de la metrópoli, en comparsa con el fervor consumista– han repensado ir por dos caminos: uno, gestar una autonomía socio-cultural sobre la herencia primigenia que fortalezca la vital dualidad hombre – naturaleza, levantar una muralla que aísle las variables contaminantes y ayude el aprendizaje selectivo de la ciencia y tecnología; dos, dejar que la diáspora “bosquesina” se introduzca en el alma de la sociedad urbana y desde adentro, en reductos organizados y colectivos dinámicos, habían de exigir y cumplir derechos y deberes. Ambos senderos plantean no prescindir sino elevar el rol de la persona humana en reciprocidad, libertad y saludable espiritualidad.
No estoy enterado de alguna experiencia peruana que tenga relación con la búsqueda decisiva y concreta de la autonomía para una vida mejor de los pueblos originarios que han proclamado derechos territoriales adquiridos con anterioridad a la fundación del Estado, y que la felicidad de la persona humana constituya el fin supremo; aunque tenga la connotación de una atractiva y obligatoria utopía social, sí he conocido importantes experiencias dignas de ilustrar los resultados alcanzados, por ejemplo, el Programa de Formación de Maestros Bilingües de la Amazonia Peruana (FORMABIAP) logró importantes metas y objetivos sin haber creado o previsto –el diseño de un proyecto de desarrollo propio de los pueblos indígenas no ha sido el objetivo principal de FORMABIAP– un sistema educativo autónomo y propio, en consecuencia, los maestros indígenas de varios pueblos también han educado personas que han de servir al sistema de economía de mercado –los pocos profesionales indígenas (sociólogos, abogados, administradores, ingenieros, contadores, enfermeros), en la actualidad, trabajan para el Estado y empresas privadas–. Pues, la abstracción de capacidades idóneas para un sistema idóneo de bienestar repercute en contra de toda iniciativa que tenga como objetivo crear una vida comunitaria auto-sostenible y responsable de su propia forma de confrontar la pobreza, adquirida.  
  
La inversión púbica pregona la construcción de infraestructuras de gran envergadura (colegios emblemáticos, carreteras, hospitales, museos, embarcaderos, estadios deportivos, alcantarillados…) que, obviamente, ayudará a mejorar la prestación de los servicios básicos y a la vez beneficiará a los agentes del gobierno a través de un régimen de millonarias prebendas. En este infame contexto, la gobernabilidad y los derechos fundamentales, la promoción del arte y la práctica de valores (no robar, no mentir, actuar con justicia, comunicarse con transparencia, ayudar al prójimo…), la cultura y la educación integral, la etnicidad y el medio ambiente no son prioritarios; es decir, la persona humana no es el fin supremo de la sociedad peruana.

El Reino de Bután, monarquía situada en el sur de Asia central, al este del Himalaya, en el año 1972 decretó que la Felicidad Nacional Bruta (FNB) es más importante que el Producto Nacional Bruto (PNB). La Constitución de Bután, Art. 9, dice “El Estado promueve aquellas condiciones que permitirán la búsqueda de la Felicidad Nacional Bruta”, “Felicidad Nacional Bruta (FNB) mide la calidad de un país en una manera más holística que el PNB y considera que el desarrollo beneficioso de la sociedad humana tiene lugar cuando el desarrollo material y espiritual se produce lado a lado para complementar y reforzarse mutuamente”. (Karma Ura, Sabina Alkire and TshokiZangmo – Felicidad Nacional Bruta e Índice de FNB).

Muchas familias de la selva peruana, en virtud de su riquísima herencia tradicional, realizan actividades propias (elaboración de artesanía, construcción de pequeñas embarcaciones, actividades agrícolas, recolección de frutas, preparación de medicina); millones de personas sobreviven al margen de la asistencia del Estado, con las bondades de un sistema de ocupación informal articulado a la economía de mercado satisfacen medianamente sus necesidades básicas, ¿Qué nivel de vida tuvieran aquellas personas que no han tenido  oportunidades provenientes del Estado u otro tipo de apoyo y se han dedicado incansablemente a la pequeña actividad comercial (comida, costura, zapatería, venta de productos fabricados, servicios de transporte, relojería, etc.). Pues, el crecimiento económico del país se sustenta en el esfuerzo individual de aquellas personas que necesitan mejorar su oficio (capacitación y financiamiento) y puedan darle tiempo a los asuntos de interés público (fortalecer la gobernanza).        

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