Thursday, July 31, 2008

Un Hijo”; retorna la alegría de Dios.

Después de haber percibido una pequeña cuota de alegría originaria de las divinas bondades de Dios; después de coexistir muchas lunas sombrías; después de sufrir el frío del abismo de la muerte; después de haber contemplado la semiótica de una sociedad vehemente y frágil; después que la belleza asaltó mi mente con la espada de la obsesión; después de coexistir la sensación desesperada de las frondas y cuando mi vida entró al escenario del ocaso retornó la alegría de Dios: “Un Hijo”

Alegría singular que solo es comparable con el afecto de Dios que una persona puede sentir cuando su vida esta conforme al evangelio. Una alegría que se ha convertido en el efecto perpetuo de un péndulo suspendido en el azul del cielo. Alegría que contiene los aromas y purezas para construir una enhiesta torre de amor y esperanza.

Alegría que la miel concede a las hormigas del bosque y el viento de las mañanas a las flores. Alegría que el árbol fructífero da al hombre autóctono así como la tierra fértil y las aguas cristalinas.

Alegría que un hacha duradera confiere al leñador y que un pedazo de cielo concede al imaginario. Así como el caudal de agua dulce alegra al cardumen de biotas atosigados y que un pedazo de pan satisface a los hombres empobrecidos.

Ternura que una mano inmaculada concede a las malezas del mundo y que compasivas imágenes reanima al enfermo y al desconcertado. Así como una mano auxiliadora alegra al náufrago moribundo y una palabra bondadosa rejuvenece mil almas longevas.

Lecciones humanas que conducen a la búsqueda de Dios y al privilegio de las virtudes subyugadas a la libertad; mediante el cual vuela los sueños hacia un escenario inmediato exento de temores, egoísmo sino con extendida filantropía, tolerancia, paciencia y sencillez. Y la memoria aun lleva consigo aquellos peregrinos sonidos, colores y aromas de la tierra.

Fortaleza que surge desde las fuentes de alegría y paz para sonreír estando en medio de las sombras extremadamente oscuras y desdibujar las tormentas de odio y hecatombe de las guerras.

Entonces;

Las prodigiosas colisiones de auroras y vientos apacibles, la copulación de las melodías y los cantos fúnebres, la inevitable sincronía del tiempo y la profunda soledad, las divergencias y confluencias de las mentes humanas, la honesta sonrisa del pobre en contraste con la algarabía plástica de la opulencia; son sutilmente ánimas tácitamente humanas proveniente de la indulgencia de Dios.



Si, desde el cielo alguien podría contarme los acontecimientos de cada contexto; no habría en mi temor al abismo de la muerte solamente un infinito amor al prójimo para ofrecer a Dios quizá en una cena pascual. Y no habría en mí la incertidumbre de las libertades próximas sencillamente la alegría connotados en los salmos, en las poesías, en las canciones y en la mirada angelical de “Un hijo”.
Llevaría consigo una copia sutil de la “Divina Comedia” y parafrasear los compuestos del “infierno” y del “purgatorio”; ante la muchedumbre de infinitas almas como la de Platón, San Agustín, el Che Guevara…

Al final;

“Un hijo”; constituye el retorno de la alegría de Dios y del amor consumado por Jesucristo, pregonado por “El Alquimista” y aplicado por “El Segundo Pergamino” de Og Mandino.