Thursday, August 16, 2018

Virtudes y retos de las fronteras.


Por: Jorge Pérez Rubio

Los acontecimientos históricos, muchas veces heroicos, que dieron origen a la definición y redefinición de las fronteras convencionales del Perú con los países de la amazonía Norte y Este, han dividido el territorio ancestral de los pueblos indígenas. Cada nación soberana acogió lo suyo.  Han pasado muchos años desde que los límites del Perú con Ecuador, Colombia y Brasil se habían fundido en un riquísimo y frondoso proceso de intercambios de saberes ancestrales, sueños, experiencias alegres y varias veces muy amargas e insostenibles, perpetrados por las actividades económicas basado en la extracción de los recursos naturales –en los últimos 100 años– mediante prácticas deshonestas respecto de los derechos humanos y la anodina aplicación de los estándares sociales y ambientales.

La creciente y multitudinaria exigencia de remediación de daños ocasionados a la vida de miles de indígenas en la amazonia, los interminables conflictos sociales y la vigorosa defensa organizada de los derechos colectivos –en medio de incontables sustancias, métodos y herramientas tóxicas– es consecuencia de la injusticia, el engaño y el improperio del rostro más negro de la sociedad económica. 

Las fronteras físicas de los países de la amazonía se convirtieron en hogares itinerantes y dinámicas de varios pueblos indígenas hermanados que hicieron imperecedero –en aquellas tierras fértiles y sagradas– la predilección por la reciprocidad y la unidad para hacer frente a los peligros transfronterizos que apuntan directamente a los recursos del bosque con valor económico y al menoscabo de la vida y la cultura propia. Por ejemplo, el pueblo indígena Matsés del Perú con sus congéneres del Brasil, en la cuenca del Yavarí y Tapiche, construyeron un lazo fuerte de entendimiento mutuo y desarrollo de compromisos orientados a respetar la historia común, proteger la vida de sus semejantes que aún se encuentran abrigados por el bosque prístino sin contacto alguno, practicar los conocimientos heredados, defender el territorio y articular el mundo primigenio con las bondades del mundo global. En la cabecera del río Gálvez, tributario del Yaquerana, existen sitios –donde se manifiestan a la luz del día–  los espíritus de los guerreros, sabios y curanderos subyacentes. Constituye una fuente inagotable de catarsis y memoria viva que convoca a la niñez y juventud a preservar y hacer florecer la cultura Matsés en la vida cotidiana y organizativa.

En la cuenca alta del río Napo y Putumayo el pueblo Secoya coexiste con sus familiares y parientes del Ecuador en un vasto y profuso territorio, habitan una sola casa madre cuyos pilares se encuentran hundidos en cada lado de la frontera. Desde allí dibujan y tejen con diligencia, elegancia y estoicismo su presente y futuro. Los pueblos indígenas del trapecio amazónico están hilando el porvenir aún desde su propia frontera. Cada vez será imposible caminar como un ermitaño sino como una estructura hoplítica de la antigua Grecia.

Los esfuerzos y las iniciativas binacionales de los países fronterizos no incluyen la posibilidad, por ejemplo, de implementar el plan de vida de los pueblos indígenas. Por ejemplo, el Plan Binacional de Desarrollo de la Región Fronteriza Perú-Ecuador (Brasilia el 26 octubre de 1998) prevé estrictamente la ejecución de proyectos de infraestructura productiva y social con enfoque tradicional de los gobiernos y el fortalecimiento, innovación y mercados. La Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA) solamente se esfuerza para mejorar el comercio transfronterizo a través de la investigación científica. 

Estas entidades con enorme poder político y económico pueden ayudar a los pueblos indígenas fronterizos a confrontar la pobreza monetaria a través de actividades económicas sostenibles, garantizar la pervivencia de las culturas milenarias y propiciar el respeto de los derechos colectivos y fundamentales.