Durante la última década de este
siglo disminuyó paso a paso el valor de la unidad que se engendró –las
relaciones de poder y bienestar de los pueblos indígenas milenarios se basó
inexorablemente en la grandeza de la unidad constituida por prácticas honorables
materiales e inmateriales que hicieron sorber por mucho tiempo de la fuente del
esplendor– en la entraña del movimiento indígena amazónico. El valor de la
unidad de los pueblos indígenas amazónicos de antaño era la columna vertebral de
una estructura que no trepidaba sino daba solidez a la vida con relación a la
muerte, es decir, toda disminución del valor de la unidad disminuía también el vigor
de la vida misma. Siendo la unidad un elemento vital y a la vez frágil estaba relacionado
con la capacidad regenerativa y frondosidad del bosque, con la tutela y amor
que a un hijo se le brinda, con el cuidado y cosecha frugal de la yuca y del
tabaco.
En la actualidad hay en el camino
hacia el sueño del “buen vivir” sepulcros de fragmentos del valor de la unidad
caídos en la guerra contra la codicia, caudillismo, ingenua subordinación,
petulancia, complicidad y saqueo. El ejército de la unidad es muy pequeño ahora
y que por temor del abatimiento en masa se habría refugiado en el ideal de
algunos contemporáneos y en el corazón de los últimos sabios ancestrales –los hermanos
que abordaron coloquialmente este tema dicen que los ancianos, a través de
plantas sagradas (ayahuasca, toé, coca, tabaco y otros) han emprendido una
cruzada contra la extenuación del valor de la unidad y en bien de su revitalización–
que habitan en la memoria viva diseñado como un pequeño universo y realizado en
la forma de un hogar holístico: la maloka.
Desde varios frentes ha sido
atacado el valor de la unidad de los pueblos indígenas amazónicos y muchas
veces ha sido emboscado, tomado prisionero y torturado en forma sistemática y
encubierta. Hubo falsas compasiones que causaron vértigo y concesiones calculadas
para dominar por cualquier flanco y dividir introduciéndose en el núcleo del
territorio indígena. Así llegaron cronológicamente, los caucheros, madereros,
petroleros, mineros y piratas de conocimientos tradicionales. Hace más de 40
años los petroleros se dieron cuenta de la fortaleza organizativa de los
pueblos indígenas amazónicos que se presentaba como un solo escudo de amplia e imbatible
cobertura, entonces, lograron desarrollar técnicas de manipulación de
conciencia y opinión individual y colectivo para remontar lo que ellos veían
como una encumbrada y altiva montaña. Desde su furtiva aplicación el valor de la
unidad ha ido resquebrajándose compulsivamente.
Hoy, las empresas petroleras, lograron
alejar a algunas organizaciones indígenas locales y comunidades que son parte
de la estructura de AIDESEP, han sido arrancados y luego arrinconados contra su
propio sufrimiento y necesidad de subsistencia y luego fueron maltratados y
discriminados sin poder recibir auxilio oportuno del ejército conformado por el
valor de la unidad, pues, una oveja que se aleja de su rebaño es presa fácil
del tigre. La división o desmembramiento –del seno de una estructura– de
organizaciones locales y comunidades han sido, también, propiciados por ong´s
ambientalistas comparables con algún tipo de organismo que se alimenta de la
polución. Una vez terminado la contaminación feroz el organismo desaparece sin
dejar constancia de misericordia o algún gesto de interés por el ser humano hacedor
de cambio y protagonista de todo proceso libertario. El Estado peruano es en
este negocio un gran facilitador y terrateniente que en consonancia con la
industria global y con el desarrollo cosmopolita dio lugar a una extensa
necrología de indígenas envenenados por metales pesados, asesinados en el
“baguazo” y en la tragedia de “Saweto”. Los pueblos indígenas en aislamiento
voluntario conocen demasiado el dolor de la muerte y de la ferocidad inquisidora
perpetrado en el silencio de la selva y que el Estado niega para abrir camino a
la aniquiladora subasta de la amazonía.
El valor de la unidad constituye,
entonces, el mayor desafío que atañe a los pueblos indígenas amazónicos. Es un
deber que ha de concitar el mayor de los esfuerzos y empeño unánime para su
reconstrucción y sostenibilidad. No existe por ahora otro elemento o valor que
proporcione con objetividad la seguridad en el proceso de defensa de nuestros
derechos. Depongamos toda actitud indígena que juega con la desunión y hagamos
fuerte nuestro horizonte.