Por: Jorge Pérez Rubio
La profundización de la pobreza
monetaria en el Perú incrementará las actividades de deforestación y
degradación de los bosques amazónicos. Las comunidades indígenas aumentarán la
búsqueda de recursos naturales con valor económico para mantener las bondades
de la atención de las necesidades básicas de las familias relacionadas con la
salud, educación, alimentación, vestimenta, transporte y servicios de
comunicación. Hace más de un siglo desde que las comunidades indígenas
amazónicas han ido formando parte de la economía de mercado. En la época del
caucho estuvieron en la condición de semiesclavitud produciendo la goma de la
aberración y durante los posteriores años realizaron trabajos impagos o muy
irrisorios devenidos del comercio de pieles finas, pesquería, caza,
horticultura y venta de madera rolliza o en pie. Estos quehaceres mercantiles
ayudaron –con las pequeñas ganancias monetarias– a sobrellevar –hasta el día de
hoy– los efectos y exigencias de la aparición sucesiva de nuevas necesidades en
el curso de la vida tradicional, alterando de forma irreversible la usanza que
por miles de años no había puesto en riesgo la integridad del bosque.
No solamente comprende el abanico
de añadiduras externas los bienes de consumo alternativos o sustitutos, también
involucra la oferta de los servicios públicos educativos y de la asistencia
médica que se ha hecho imprescindible en medio de la creciente transformación
de la sociedad global que ha basado en estos dos principales pilares la
construcción del desarrollo humano para hacer frente a los nuevos desafíos y
amenazas como el cambio climático, el atropello de los derechos fundamentales y
colectivos, la seguridad alimentaria y el quebrantamiento de la paz.
El aumento de la escasez de los
medios monetarios –provocado por la insuficiente presencia del Estado en la inversión
o promoción de iniciativas económicas comunales sostenibles– está acelerando el
usufructo de los recursos naturales por encima del techo de la subsistencia. La
tala legal o ilegal de madera en territorios ancestrales está avanzando deprisa
con la anuencia de las comunidades indígenas en compañía de los madereros que –por
desgracia de la amazonía– jamás han hecho el esfuerzo de cumplir con los planes
de manejo. Está creciendo la frontera del cultivo de coca y el tráfico de tierras
prístinas para la conversión –previa comercialización de las parcelas– en
ganadería, monocultivos y otros. Esta tendencia es fatal para los bosques de la
amazonía, de la vida y cultura que de ella se amamanta.
La “visión de los civilizados” sobre
la conservación de la amazonía para contrarrestar los impactos del calentamiento
del planeta a través de la protección de las cabeceras de cuencas, hábitats y paisajes
no toma en cuenta la transición del labriego hacia el mundo real basado en el dominio
del comercio que le provee recursos adicionales para atender necesidades adicionales,
pero de vital importancia para el desempeño de las capacidades humanas, el cumplimiento
de los deberes y el ejercicio de los derechos fundamentales y colectivos.
Varias ONGs están ayudando a
allanar el camino del deterioro paulatino del bosque amazónico. Han proscrito
toda posibilidad de propiciar la circulación monetaria y contribuir con la
erradicación de la pobreza en las comunidades indígenas. Que los indígenas
defiendan los territorios ancestrales con sus métodos y medios propios, dicen.
Sin tomar en cuenta la dimensión de las amenazas y su capacidad de reinventarse
en busca que una letal estocada.