Por: Jorge Pérez Rubio
Hoy, apenas a lo lejos el
flamante Presidente de la República del Perú habló de la cultura milenaria y su
legendaria relación discrepante y enemiga con el Estado no ha sido acentuado en
el discurso de toma de mando. El énfasis –sin importar el tamaño– habría dado
cuenta de cómo el infierno de la pobreza ha empujado hacia la ignominia del
oscurantismo y ha permitido la inoculación del virus que ha degenerado las
principales fuentes de subsistencia de los pueblos indígenas; cuyo rostro cada
vez se ve más difuminado en la lente de los gobiernos y el respeto de los derechos
colectivos ha sido encapsulado y colocado en los anaqueles de las nimiedades.
Mucha gente que vive en el mundo
urbano y coge con facilidad los frutos de la riqueza de la nación –que en el
fondo es un asistencialismo disfrazado de oportunidades– cuestiona con dureza y
escarnio la lucha de los pueblos indígenas que está basado en la defensa del
territorio que constituye un legado vital, frágil y único medio proveedor de bienestar
integral y generacional. El mundo capitalista ha entendido mejor –en la última
década– que nuestros conterráneos la importancia de ponderar el desarrollo industrial
con el desarrollo humano. En consecuencia, se han creado salvaguardas y
estándares sociales y ambientales que se han
institucionalizado en las políticas de los Estados, empresas y
organizaciones multilaterales. Entonces, el anuncio del flamante Presidente de
la República de conectar la costa con Iquitos por tierra es un proyecto que
colisiona con la tendencia global sobre la gestión los recursos de la amazonía y
con los acuerdos que el Perú firmó en el marco de la Convención de las Naciones
Unidas sobre Cambio Climático orientado a reducir la deforestación y
degradación del bosque.
La necesidad de una vía segura de
conectividad de Iquitos con la costa es tan imponente que se ha convertido en
un monumento construido de expectativas y en una panacea que ha de convertir a
Loreto en una eminencia del desarrollo –así andan diciendo los políticos sin
mayor rigor de análisis de la propuesta– y del intercambio comercial. Una carretera
no está asociado directamente con el respeto de los derechos colectivos y
fundamentales, con el desarrollo de capacidades educativas, tecnológicas y tampoco
con los valores humanos que nuestra región necesita para crear mejores condiciones
de vida. Una carretera en la amazonía es un machete de doble filo que por un lado
ha de facilitar el transporte, por otro lado podría propiciar la avalancha de
actividades que podría traer nuevos problemas y profundizar lo existente en
agravio de la población más vulnerable del planeta: los pueblos indígenas y el derecho
al territorio saludable.
Frente al anuncio de escindir la amazonía
es necesario e inevitable conformar un grupo de interés dinámico para analizar
la viabilidad del proyecto de unir la costa con Iquitos por tierra, las
consecuencias y otras opciones similares.