Hola niña, cómo te llamas. Sonrió sin detenerse tras los pasos de un grupo de niños que iban a la escuela. Tenía en una mano una bolsita con tres huevos y en la otra un cuarto de fideos empaquetado. Pregunté si va a la escuela, dijo que sí con un gesto combinado entre el deseo de desayunar primero y no llegar tarde. Abrió el seto frontal de su vivienda y se fue sin despedirme. Eran las siete y media de la mañana del segundo lunes de octubre cuando se dio este acontecimiento enaltecedor y vislumbrante que devela por un lado el amor de la niñez indígena por la educación y por otro el notable deterioro de la prodigalidad del territorio ancestral.
Nosotros en Bajo Canampa y la mayoría de las comunidades de esta cuenca y
alrededores, hace mucho tiempo que sufrimos de la escasez de alimentos
provenientes del bosque, me dijo –más temprano del mismo día que había tenido el
breve pero memorable encuentro con la niña Awajún– un poblador a modo de
preámbulo de una narrativa extensa que encuadró con realismo histórico un antes
y un después de la abundancia y su degradación imparable dentro de un contexto
que tiene el mismo motivo y causal: el aumento de la población, el consumo
descontrolado y la falta de respuesta oportuna y sostenible. Deseamos con
urgencia un conjunto de acciones que ayude a recuperar las bondades de nuestros
montes, cochas y quebradas y en estos tiempos dependemos mucho del mercado de
la ciudad porque nuestro mercado se ha empobrecido, culminó el diálogo con esta
afirmación. Nos despedimos con un apretón de manos que subyacía en ella
sentimientos de hospitalidad, nostalgia y esperanza. Entonces, pensé con
rapidez y comprobé una vez más que la pobreza monetaria es una condición humana
que nos hace vulnerable en un entorno árido y desprovisto de alternativa
fuertemente conectado con el legado, la historia, organización fuerte y
liderazgo claro, conocimientos propios y planes viables.
En la asamblea de más de cien líderes que se realizó el día siguiente (es
decir, el tercer martes de octubre) en Bajo Canampa, los temas de debate y
acuerdos estuvieron alineados con la descripción social y económica brindado el
día anterior por el comunero y líder, cuyo nombre no logré recordar hasta el
día de hoy. El cónclave decidió combatir los graves impactos de la minería ilegal
de oro –y otros problemas como de salud y educación– en el territorio ancestral
de los pueblos indígenas Awajún y Wampis desde las murallas de la
autodeterminación que se encarna ahora en el proceso de consolidación de los
gobiernos territoriales autónomos. Se afrontará con tenacidad en medio de las
dificultades que se alimenta en el abandono y complicidad del actual gobierno y
en las divisiones intestinas de las comunidades indígenas, auspiciadas por el
mismo flagelo. Las enormes ganancias que produce la minería de oro no se pueden
reemplazar por ninguna actividad legal en este momento, en consecuencia, el
dinero sucio está actuando como aplanadora de los sistemas de control y
fiscalización de las instituciones del Estado, dejando a los pueblos indígenas
en la razón de poner a prueba sus propias instituciones de control y vigilancia
para salvaguardar la vida, la cultura, el territorio, la biodiversidad y el
bienestar común.
Bajo Canampa es una comunidad Awajún ubicado a veinte minutos aguas arriba
de la ciudad de Nieva, Condorcanqui, río Marañón. La niña Awajún que fue a la bodega
a comprar los insumos para el desayuno, emocionada y deprisa para llegar a la escuela
a tiempo, simboliza la verdad del mundo territorial hoy languidecida y que no está
amamantando bien a sus hijos, representa el vacío de los compromisos de todas
las latitudes para la defensa de la amazonia a partir del bienestar de las
pueblos y comunidades indígenas.
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