Iquitos es una ciudad que está
alejándose de la preferencia de los turistas, es hoy una posada con espíritu
vanguardista donde brevemente coinciden la mayoría de personas que eligen
visitar la selva noreste del Perú, con el fin de lograr una experiencia de
ensueño y prospección utilitarista en su relacionamiento con la cultura
vigente, con la historia y con la diversidad de especies que habitan áreas
protegidas y lugares ignotos del bosque –es observado por su dimensión
proveedora de vida saludable y generadora de riqueza supranacional, como una
palpitante y elocuente señal de fruición del mítico “dorado”, que bajo su
vetusto halo coexiste la imaginación y admiración de quienes huyen de la
sofocante atmosfera urbana–; y disponen su tiempo para introducirse en el
cuerpo y alma de la amazonía a través de experiencias que emanan, por ejemplo,
de contemplar y tomar agua del cauce de pequeñas quebradas que son purificadas
por alfombras de arena blanca y pequeñas piedras alisadas por los besos de coloridos
pescaditos, y del profuso catarsis que las plantas medicinales procuran
(ayahuasca, toé, tabaco, coca, ojé y otros vegetales) logran lecciones sobre la
exploración de la conciencia, anulación de reminiscencias hostiles y de la
enigmática presentación del futuro en base a duras pruebas de la confianza, fe
y valor. Después de consumar los planes en la floresta se encandila el deseo, en
cada peregrino, de percibir las virtudes del hermoso, providencial e infalible mundo
del arte, literatura, ciencia y otros referentes de las sociedades
“civilizadas” y “desarrolladas”; entonces, sedientos de sorber la belleza que
el hombre puede crear como símbolo de su
ingenio e inteligencia deciden quedarse, con vigorosa expectativa, en la ciudad
de Iquitos –evidentemente como parte de su itinerario–, y encuentran noches que
auspician hedonismo, desenfreno y violencia –han sido asaltados muchos de ellos,
golpeados y despojados de sus pertenencias en el momento en que las viejas
campanas de la iglesia matriz daban las siete de la mañana, y el estridente
bullicio de los medios de transporte terrestre engullía los gritos estentóreos
de las víctimas–; cuya reprobación popular ha sido expresado también mediante
el arte de la pintura, música y escultura esculpida por el talento loretano,
como una protesta transversal frente a los problemas que afecta la seguridad y
la paz. Los malhechores no han sido capturados, podrían estar ocultados en
medio de la basura que se acumula prolongadamente y con breves intervalos en
las calles de Iquitos.
Cada vez más los turistas deciden
aminorar su tiempo de estadía en la ciudad y retornan a su país o ciudad de
origen con agobiantes sinsabores que carcome e inhibe la magia tradicional, la
sonrisa de su gente, el aroma de las flores y el honor de una ciudad que tiene
como legado una historia impregnada de sangre indígena hoy visible en las
casonas que pertenecieron a los varones de caucho –los pueblos indígenas Bora,
Ocaina y Murui del río Putumayo que han sido vejados y asesinados con crueldad
no han tenido una CVR para definir responsabilidades vinculantes que de paso a
la “construcción de políticas de memoria, justicia y reparación en el Perú”–, y
de hados y hábitos ominosos que hicieron de la clase dirigente una barbarie de
la planificación y conducción del destino del pueblo loretano. Los indicadores
de la ausencia de liderazgo son la imposibilidad de resolver el ínfimo problema
de la basura, la inseguridad ciudadana, escasa cobertura y calidad de la
atención médica en bien de las personas con bajos recursos económicos, disminución
de la canasta familiar diaria, falta de un censo y monitoreo efectivo de la
situación socio-económica de cada persona a fin de responder oportunamente cada
contingencia y, por último, la abstracción en que vive los “bosquesinos” –si la
pródiga selva hubiera sufrido alguna grave e irreversible fatalidad, los
“bosquesinos” hubieran demandado inmensos paquetes de asistencia al Estado, por
entonces, el bosque es el mayor dispensador de bienestar–. Iquitos así lo
demuestra ante la mirada de sus pobladores y ante el mundo.
En agosto el presidente Humala
anunció el hallazgo de petróleo en el lote 95 (Perenco), quien dijo “fortalecerá
el concepto de seguridad energética del Perú”. Ante el inicio de otro periodo
de bonanza sin haber cerrado las heridas abiertas que se perpetró en 40 años de
irresponsable actividad petrolera en la selva, es muy indispensable revisar nuestra
postura como ciudadano, implementar acciones concretas para evitar otro
desastre social y ambiental, definir mecanismos que permita una mejor
distribución de la riqueza petrolera en los pueblos y comunidades que viven en
la zona de influencia (pozo Bretaña). La riqueza de la tierra está destinada a
florecer los sueños y felicidad de sus habitantes, que implica la protección de
la estructura geológica y de sus vitales componentes.
La circunstancia no está para
actuar con displicencia ante los riesgos, es tiempo de pensar en el futuro a
partir de los antecedentes y emprender una empresa que dé testimonio de la
existencia de personas que hicieron de su estancia social un gran deber.
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