Nuestros abuelos decían que la palabra debería de amanecer. Decían que amanece en la cosecha abundante y saludable, en la construcción consistente y duradera de la maloca, en la hechura de finos y maravillosos tejidos, en la manifestación de una mente brillante, en la irrupción de un día de intenso verano en medio del prolongado invierno –necesario para salvar pichones de loros habladores–, en la ineficaz mordedura de serpiente en el alma de una niña, en la profusa reciprocidad del bosque y en la vida retozante de la fauna visible e invisible. Cuando la palabra amanece, decían, las ánimas ayudan en el éxito de la usanza de las plantas medicinales y de otros saberes que salvaguardan la salud y la armonía. Hasta que un día la palabra no amaneció feliz –entonces logramos comprender con el corazón y la razón que el mundo es un ser vivo y nosotros somos la criatura vital de esta cofradía, interactuamos en distintos idiomas y compartimos los mismos propósitos frente a la defensa de la vida– porque yacían enfermos los ríos, los animales y las personas. Si en el decurso del tiempo la palabra que dio origen a la existencia misma de todo ser vivo no amanece, el planeta sufrirá graves problemas de salud y no podrá brindar a sus congéneres de aquí y allá las provisiones imprescindibles.
Cómo pudiste viajar tan lejos en tan
poco tiempo, allá al otro lado del río en tierras extranjeras. Cómo lo hiciste.
Simplemente hice amanecer la palabra
del viento –contestó el abuelo–. Si logras hablar con el viento y obtienes su
respeto y admiración te vuelves como él.
Entonces, adquieres la capacidad de desplazamiento por encima de esta
tierra, de principio a fin. El cuerpo viaja en una cápsula o potente burbuja dirigido
por el pensamiento. Al llegar al destino prescribe la imperceptible cámara de
locomoción por sí misma, en el mismo instante de pisar suelo. Sin haber sufrido
metamorfosis alguna estás expedito para desarrollar las actividades concebidas.
Para retornar o ir a otro lugar, la palabra tiene que volver a amanecer, una y
otra vez. Si la palabra del sol amanece en ti –obviamente a pedido suyo– eres
visto por todos los animales como un ser incandescente, antropomorfo de fuego
que ahuyenta las conspiraciones de fieras y aquelarres.
La sociedad del conocimiento
técnico, científico, filosófico, artístico, humanístico – sociales y de la
educación (enseñanza – aprendizaje) deberán reinventarse en el campo de las
soluciones de los grandes problemas que confronta la humanidad. La transición
del conocimiento basado en la generación de riqueza sin abordaje social,
intercultural y ambiental hacia el conocimiento de contención de riesgos e
impactos en la vida de las poblaciones más vulnerables, es el principal e
infalible reto de estos tiempos. Las escuelas y casas de estudios superiores
deberán hacer amanecer la palabra de la ciencia y la ética. Por un lado, es
vital el descubrimiento de nuevas tecnologías alternativas para combatir las
terribles enfermedades globales como la pandemia, la contaminación de las
fuentes naturales y la degradación de los bosques y, por otro lado, es de vida
y muerte el inmediato funcionamiento de escuelas de ética y virtud para
graduarse en impulsores (con el ejemplo) del respeto mutuo, trasparencia de los
quehaceres públicos, no discriminación y el amor al prójimo y otros valores
desdibujados.
En la búsqueda de hacer amanecer la
palabra del buen vivir, las organizaciones indígenas afilados a COICA suscribieron
recientemente el documento LLAMADO URGENTE A UN PACTO GLOBAL PARA PROTEGER EL
80% DE LA AMAZONIA PARA EL 2025. En resumen, “Instamos a los países de la
cuenca del Amazonas a declarar el estado de emergencia y detener de inmediato
la expansión de actividades industriales destructivas, políticas gubernamentales
y subsidios públicos dañinos que permiten una mayor destrucción de los bosques.
El estado de emergencia abordaría los factores que impulsan la deforestación y,
al mismo tiempo, dejaría espacio para el diseño y la implementación de
estrategias dirigidas hacia un cambio transformador perdurable. Las naciones
industrializadas deben reconocer su papel en el cambio climático y el rol trascendental
de la Amazonía en la mitigación del mismo y canalizar todos los recursos necesarios
para garantizar una transición justa para quienes habitamos el bioma y para sus
propios ciudadanos. El momento para la acción es ahora”. Obviamente,
defendiendo derechos y cultivando nuestros saberes ancestrales.
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